Yo
soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y
el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? (Jn
11,25-26)
Jesús llegó a Betania cuando Lázaro llevaba ya cuatro días
enterrado. Después de cuatro días, no había ya mucha esperanza de que pudiera
suceder algo extraordinario. En esas circunstancias le pide a Marta que crea.
Creer es una opción en la vida. Y cuando creemos no lo hacemos
porque tenemos evidencias, si las tuviéramos no necesitaríamos creer. Más bien
creemos porque hemos puesto nuestra confianza en alguien que lo puede todo, que
está por encima incluso de la naturaleza.
Marta hizo una confesión de fe en Jesús: “Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios, el que tenía que venir al mundo”. En esas afirmaciones es donde ella
podía encontrar el motivo profundo para confiar que todavía podría hacer lo que
a todas luces es imposible.
Jesús sabía también que su Padre no le fallaría y se confió
en él. En la oración del huerto aceptó su voluntad y se entregó voluntariamente
a la muerte. Pasaron tres días antes de que se anunciara la Resurrección. Los discípulos
también dudaron y tuvieron miedo. Era difícil creer en lo imposible. Pero Él es
el Señor de todo y puede transformar hasta la muerte.
Hoy me veo, como siempre, envuelto en mis dudas y en mis
miedos. Miro a mi alrededor y veo que no tengo razones para esperar nada, sin
embargo contemplo a mi Señor en una cruz, entregando la vida por mí y siento
que puedo confiar en él siempre. Cuando menos lo espere me volverá a sorprender
mostrándome su gloria.
Tú has vencido al
mundo obedeciendo al Padre hasta dar tu vida por amor. Así eres poderoso y
grande. Contemplando tu cruz puedo entender el valor de una vida entregada. En la
cruz está la verdadera sabiduría y la fuerza imparable que todo lo transforma.
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