Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si
la sal se vuelve sosa ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la
pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo.
El Señor
apareció en la tierra en un momento muy concreto, cuando los romanos dominaban
el mundo. Comenzó su ministerio en la periferia, en la Galilea de los gentiles.
Tal vez allí la vida estaba marcada por la pobreza, por el sufrimiento de la
gente y por la rutina del trabajo de cada día. Pero Él comenzó allí a hablar
del amor del Padre, del Reino de los Cielos, de la alegría de los pobres porque
Dios está con ellos. También realizó signos sorprendentes al curar a los enfermos
o multiplicar los panes, al expulsar los demonios o detener una tempestad;
también tuvo palabras de ánimo incluso para los pecadores y hasta fue a comer
con ellos para ofrecerles la misericordia que Dios les quiere dar. Al aparecer
Jesús en aquel lugar la vida de aquella región cambió por completo, se llenó de
sabor, de sentido. Jesús se presentó así como la sal de la tierra, haciendo que
la vida de cada día estuviera llena de contenido y participara de la alegría de
tener a Dios.
También fue la
luz del mundo. Porque sus palabras fueron una esperanza para los pobres y los
excluidos y porque no dudó en denunciar las injusticias y condenar la
manipulación de la religión por parte de los fariseos. La gente sencilla
comprendió el camino que tenía que llevar en la vida y recibió esperanza en
medio de sus sufrimientos porque la vida es más fuerte que el dolor y que la
muerte.
A los que
queremos seguirle nos llama sal de la tierra y luz del mundo. Porque hemos de
estar en medio de la gente dándole sabor a la vida de cada día y llenando de
esperanza hasta las situaciones más tristes y dolorosas. Ser sal y ser luz
significa comunicar la alegría de tener entre nosotros al Señor que está vivo
para siempre y nos permite vivir cada momento como una experiencia
extraordinaria. Significa tener dentro de nosotros el fuego de un amor que no
se puede apagar y que desea buscar el bien y la felicidad de toda la gente.
Una sal sosa
o una luz apagada son cosas inútiles. ¿Cómo vamos a vivir nuestra fe de forma
rutinaria o aburrida? ¿Cómo vamos a hablar de una religión que nos agobie con
pecados y condenas y nos asuste con un Dios enfadado? ¿Nos conformaremos con
cumplir unos preceptos y unos ritos y nos quedaremos encerrados sin hacer nada?
Si hiciéramos esto, ya ves lo que dice el Señor: que no serviríamos para nada.
La sal tiene que salar y la luz tiene que alumbrar. Que nuestras buenas obras
den sabor y luz al mundo para que toda la gente pueda alabar a nuestro Padre
Dios que es quien nos lo ha dado todo.
Qué lejos me siento del ideal que tú me
propones. Sé que no soy nadie para alumbrar con mi mediocridad, que no tengo la
alegría que debería llenar de sabor la vida de los que me rodean. Pero te tengo
a ti. Tú eres quien llena mi vida de luz y de sabor; y contigo voy recorriendo
las plazas y las calles para que vuelva el color y la vida a este mundo. Eres
tú quien lo hace todo y por eso es a ti quien adoraré y cantaré alabanzas
mientras viva.
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