Cuando terminó de poner a prueba a Jesús,
el diablo se alejó de él hasta el momento oportuno. (Lc 4,13)
También el
Salvador del mundo se vio sometido a la tentación y así nos ha podido mostrar
el camino para vencerla.
Creo que la
tentación tiene mucho que ver con la fe que tenemos en Dios, porque se pone a
prueba nuestra confianza en Él y nuestra capacidad para seguir su llamada pase
lo que pase.
En las tres
tentaciones que nos narra el Evangelio el diablo pretende que Jesús consiga el
éxito fácil, que se aproveche de su poder para su propio beneficio convirtiendo
las piedras en pan; que alcance el poder para dominar todos los reinos del
mundo, aunque para eso tiene que adorar al demonio; y finalmente le pide que
haga la prueba de tirarse del alero del templo, a ver si es verdad lo que decía
la escritura.
Tal vez estas
tentaciones representan las pruebas a las que nos vemos sometidos diariamente y
que, a veces nos engañan y nos apartan de Dios: La tentación del egoísmo y de
buscar el beneficio personal aunque sea quedando bien; también la tentación del
poder que puede estar motivada por razones muy nobles porque teniendo poder
será más fácil llegar a la gente o influir en la sociedad; o la tentación de
poner en duda el amor y la presencia de Dios porque nos gustaría más ver con
claridad que Dios nos acompaña y nos libra de todo mal pero el mundo sigue
adelante con sus sufrimientos.
El diablo
dejó a Jesús hasta el momento oportuno. Ese momento será la pasión, ahí tendrá
que superar la prueba definitiva. La gente le dirá: sálvate a ti mismo, al
igual que el diablo lo invita a convertir las piedras en pan, las autoridades
gritarán: ¿no dices que eres hijo de Dios? que te libre si tanto te quiere, y
no faltará también la tentación del poder, recordemos cómo Pilato le pregunta
si es el rey de los judíos. Pero Jesús sabía que tenía que llegar hasta el
final en el cumplimiento del mandato del Padre.
He recibido el testimonio de tu victoria
frente a Satanás. Tú no te has dejado engañar por ninguna de sus trampas porque
sabías bien que tu Padre no te fallaría. Con tu ayuda deseo también ser fiel a
la misión que tú me has encomendado y proclamar a todos tu amor y tu
misericordia.
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