No temas, desde ahora serás pescador
de hombres. (Lc 5, 10)
Jesús nos llama
para una misión muy especial. Tenemos que llevar la luz al mundo envuelto en
tinieblas, hay que ayudar a los que andan perdidos a encontrar el camino. Esa luz
y ese camino es el mismo Cristo y lo que nos pide es que seamos sus testigos y
que anunciemos a todos su mensaje.
Cuando sentimos esta llamada,
enseguida nos topamos con nuestra
incapacidad para responder. ¡Si fuéramos capaces de vivir unidos y dar
un ejemplo de amor! ¡Si de verdad viviéramos el Evangelio! Pero vemos que no es
así. Que también somos débiles, que
también somos materialistas, que también nos dejamos llevar de la ira, que
somos egoístas… ¿Cómo hablar de amor y de santidad, de pobreza y de entrega, si
nosotros tampoco lo vivimos?
Cuando Pedro entendió quién era Jesús,
él mismo se postró y le dijo: “Apártate
de mí que soy un pecador”. Le había ocurrido lo mismo al profeta Isaías: “Ay de mí, que soy un hombre de labios
impuros”, y también a Pablo: “Yo no
soy digno de llamarme apóstol”. Grandes santos como ellos, también
sintieron su indignidad para la misión. Pero en ayuda de todos ellos vino la
Gracia. San Pablo dirá: “Por la gracia de
Dios soy lo que soy”, y a Isaías un ángel le acercó un ascua a la boca, y
también a Pedro Jesús le insiste: “No
temas”.
Pedro experimentó su debilidad hasta
el punto de negar al Señor, lo que le hizo llorar amargamente. A pesar de todo,
su pecado no lo paralizó. Supo acoger el perdón que Jesús le ofreció y tuvo la
oportunidad de experimentar de una manera muy personal la misericordia de Dios.
Tal vez su propia cobardía lo hizo muy comprensivo con los pecados de los
demás, muy paciente con los que dudan o tienen miedo. Así cuando proclama el
gozo de haber encontrado a Cristo Resucitado puede compartir que él también ha
experimentado la misericordia y que el
perdón ha transformado su vida. Al final tendrá la oportunidad de entregar la
vida por su Maestro.
Ahora mira cómo Dios te llama a ser
una luz. Ya no puedes poner la excusa de tus pecados o de tus dudas. Él te
dice: no temas. Y su amor es como un
ascua ardiendo que purifica tus labios. Sólo espera que le digas que sí; Él pondrá
sus palabras en tu boca, Él pondrá en tu corazón todo su amor, Él transformará
tu vida para hacerte capaz de ser su instrumento. Anímate a decir como Isaías: “Aquí estoy, envíame”.
Señor tengo las redes vacías. He trabajado con afán, he dedicado todas
mis energías, he puesto todo mi empeño… pero mis redes están vacías y la noche
me envuelve. Tú me dices que reme mar adentro y que las eche de nuevo. Contigo
empieza a amanecer y la luz del día me llena de esperanza. Echaré de nuevo las
redes por tu Palabra.
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