Mientras
oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de blancos. (Lc
9,29)
Jesús
ha subido al monte para orar con sus discípulos. A lo largo de su vida nos ha
demostrado que necesita la oración para sentirse unido al Padre. Los discípulos
llegaron a comprender, aunque torpemente, que Jesús salía fortalecido y animado
de esos encuentros frecuentes con el Padre. Puedo pensar que aceptaron gustosos
la propuesta de retirarse para orar con él.
En
el contexto de ese retiro presenciaron algo inaudito. Pudieron ver a Jesús con
toda su gloria de Hijo de Dios. Se les quedó grabado fuertemente cada detalle
de aquel momento.
Más
tarde, en otro monte, sucedería justo lo contrario. En este monte han visto el
rostro de Jesús lleno de gloria y sus vestidos deslumbrantes, en el otro monte
verán el rostro del Señor desfigurado y su cuerpo desnudo sobre la cruz. En este
monte han contemplado la grandeza del Mesías, ante el cual, se presentan Moisés
y Elías, los grandes hombres de la historia de Israel. Pero en el otro monte
verán a su Maestro humillado y convertido en la burla de todos los que pasan
por allí.
Una
voz del cielo, la voz del Padre, les revela el misterio de aquel hombre: “Este es mi Hijo, el escogido, escuchadlo”.
Jesús no era un hombre más. Aunque lo vean morir en una cruz deben tener la
seguridad de que él es de verdad el Salvador. Sus palabras son Palabras de
Vida. Escuchar a Jesús es acercarse a Dios y comprender lo más íntimo de Él, es
conocer el camino que nos lleva a la Vida y sentirnos llamados a vivir como
criaturas nuevas.
Cuando
celebramos la Eucaristía contemplamos también, en el pan consagrado, al mismo Jesús.
Nuestra oración nos permite experimentar su cercanía, sentirnos sostenidos por
él en los momentos difíciles y animados a vivir de su amor. Por eso necesitamos
también retirarnos de vez en cuando para desconectarnos de los problemas
materiales y quedarnos a solas con el Señor, como diría santa Teresa, tratando
de amistad con quien sabemos nos ama.
Habrá
momentos en la vida en que no veamos la gloria sino la cruz y tenemos que estar
preparados para afrontarlos con valentía y no dejar que nuestra fe se apague
por eso.
Tú mostraste a los apóstoles un nuevo
rostro lleno de esplendor, así los preparaste mejor para sobrellevar el
escándalo de la pasión. Tú puedes también hoy transformar nuestra vida, cambiar
el rostro de tu Iglesia para que se presente ante el mundo como una luz y una
esperanza; puedes cambiar la vida de los creyentes para que te hagan presente
cada día con sus obras; puedes cambiar mi vida para que me aparte de todo lo
que me aleja de ti y me entregue con alegría a los demás.