"Ésta es mi sangre, la sangre de la alianza,
que será derramada por todos. (Mc 14,24)
Dios hizo una alianza con los Israelitas cuando salieron de
Egipto. Ellos se comprometían a cumplir la ley para que Dios los protegiera y
los salvara. Aquella alianza quedó sellada con la sangre de un animal
sacrificado.
La ley se convirtió a
menudo en la causa del pecado y de la condenación del pueblo. Por eso aquella
alianza quedó anticuada y los profetas empezaron a anunciar una Alianza
Nueva que grabaría la ley en el corazón de los hombres.
Está claro que la sangre
de un animal no tiene por sí misma ningún valor. Pero aquel ritual estaba ya
anunciando la llegada de Jesús como el verdadero cordero que quita el pecado
del mundo.
Jesús hizo de toda su
vida un sacrificio porque toda su vida fue una entrega total a Dios y al ser
humano. La ofrenda de Jesús fue decir: “Aquí
estoy para hacer tu voluntad” y esa obediencia lo llevó a culminar su obra
derramando su sangre en la cruz.
La antigua alianza se
volvió en contra del pueblo porque no la cumplían y quedaban condenados por el
pecado. Pero en la Alianza Nueva Jesús lo ha puesto todo para nuestro favor.
Él ha puesto el amor, la obediencia, la entrega, el sacrificio, el perdón y la
santidad. Nosotros lo único que podemos hacer es dejarnos amar por él.
En la Eucaristía nos
ofrece su Cuerpo y su Sangre que nos fortalecen y ponen en nosotros el amor que
nos permite cumplir su voluntad.
Que la participación de
este sacrificio nos renueve para que nos dispongamos a vivir eucarísticamente
como Jesucristo, entregando también nuestro cuerpo y nuestra sangre, es decir,
toda nuestra vida para el bien de los demás.
Lo mismo que vamos a
contemplar a Cristo vivo y presente en el pan consagrado y lo aclamaremos con
nuestros cantos, que seamos capaces de contemplarlo, también presente y vivo,
en los pobres y en todos los que sufren, y lo sirvamos con la entrega y el
sacrificio de nuestra Caridad. Así haremos realidad con nuestra vida lo que
celebramos cada domingo en la misa.
Gracias, Señor Jesús, por haberte quedado tan cerca
de nosotros en este sacramento. Que tu Cuerpo y tu Sangre pongan dentro de mí
un amor capaz de transformar el mundo, de dar la vida por los demás y hacerme,
como tú, buen pan para mis hermanos.
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