"Recibid el Espíritu Santo.
A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados;
A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados;
a quienes se
los retengáis, les serán retenidos". (Jn 20,22-23)
Jesús vino al mundo enviado por el Padre y cumplió
su misión llegando hasta el final. Con su obediencia nos ha abierto el camino
para llegar a Dios, nos ha purificado de nuestros pecados y nos ha ofrecido la
esperanza de superar todos los males de este mundo. Su presencia entre nosotros
ha sido una Buena Noticia que ha llenado de alegría al mundo.
Jesús ha dejado de estar visiblemente entre
nosotros pero su gracia no puede desaparecer de la tierra. A sus discípulos les
encomendó la misión de seguir haciendo posible en el mundo la salvación. Como
el Padre lo ha enviado a Él así es como Él ha enviado a sus discípulos.
Cualquiera de los apóstoles podría sentir que no
era nadie para llevar a cabo este mandato. A fin de cuentas eran gentes
sencillas y además en los momentos más importantes le habían fallado: habían
huido y habían negado a su maestro. Pero Jesús cuenta con ellos y los envía.
Para hacer posible ese ministerio sopló sobre ellos
el Espíritu Santo, el mismo Espíritu que Él había recibido en el Jordán el día
de su Bautismo, el Espíritu que había inspirado a los antiguos profetas. Los
apóstoles no eran nada por sí mismos pero con la presencia del Espíritu Santo
sí que pueden actuar en el nombre de Jesús y transmitir al mundo su gracia.
La gracia de Dios es, sobre todo, el perdón de los
pecados. Jesús derramó su sangre para el perdón de los pecados y a los apóstoles
les dio este poder.
Después del paso de los siglos la Iglesia continúa
transmitiendo el poder del Espíritu Santo. Así es como se hace posible que
hombres débiles y pecadores lleguen a ser sacerdotes y puedan hacer presente a
Jesucristo en la Eucaristía y perdonar pecados con el sacramento de la
penitencia.
Tal vez tú también sientes que no eres nada y que
llevar a Cristo es algo que te supera. También a ti te llama para que des
testimonio de su amor y construyas su Reino de Fraternidad. No tengas miedo
sólo debes decirle sí y el te dará su Espíritu. Con la fuerza del Espíritu
Santo será posible vivir el Evangelio y comunicar la alegría del amor de Dios.
Envía tu
Espíritu, Señor, que transforme mi mediocridad y llene mi corazón de entusiasmo
para proclamar tus hazañas. Envía tu Espíritu, Señor, para que aparte de mi
todo sentimiento malo y ponga en mí deseos puros de hacer tu voluntad. Envía tu
Espíritu, Señor, para que viva un encuentro profundo contigo y la oración se
convierta en el oxígeno de mi vida espiritual.
Envía tu
Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra.