Todos se preguntaron
estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los
espíritus inmundos les manda y le obedecen.» (Mc 1,27)
Jesús hablaba con autoridad, a diferencia de
los escribas. Sin duda los escribas eran personas muy preparadas, eran expertos
en la escritura y en las tradiciones de los grandes maestros. Cuando se habla
de autoridad no se refiere al conocimiento que tienen de lo que hablan. La
autoridad es el poder que tiene esa enseñanza en el que la escucha.
Jesús no habla de cosas aprendidas en los
libros sino de su propia experiencia de Dios como Hijo. Jesús se dirige a sus
oyentes movido por el amor, por el deseo de hacerlos crecer como personas. Sus
palabras convencen por eso tienen autoridad.
La gente se queda asombrada de todo esto
porque descubren cómo esa enseñanza no los deja indiferentes, hay algo en esa
doctrina que les remueve la conciencia: se sienten amados y valorados, desean
también que sus vidas cambien y sienten muy cercano a Dios.
La autoridad de Jesús se hace notar hasta en
los demonios. El evangelio nos muestra como el Maligno tiene una especie de
ejército de espíritus malignos que atormentan a la gente. Estos se manifiestan
de forma evidente ante la presencia de Jesús porque no pueden resistirse a su
poder. Saben que viene a acabar con ellos y que es el Santo de Dios.
Jesús realiza un exorcismo ante los
presentes y el espíritu inmundo no puede resistirse a su autoridad, aunque
retuerce a su víctima y da un grito muy fuerte, termina por salir de él y
dejarlo liberado.
La presencia de Jesucristo anula el poder
del maligno, hace temblar a los demonios.
Yo pienso que tenemos que retomar la visión
del mundo que nos propone el evangelio como una realidad que supera lo que
podemos ver y constatar. No nos excusemos pensando que en la antigüedad no se
conocían las enfermedades mentales, los hombres de aquella época eran muy
inteligentes y nos han dejado una huella extraordinaria.
Existen entidades sobrenaturales que nos
están afectando para el bien y para el mal, existen los demonios o espíritus
malignos que quieren ponernos tropiezos para que no alcancemos la bendición que
Dios nos está otorgando constantemente. La mayoría de las veces nos afecta con
la tentación, con la duda o con el desánimo, otras veces tienen manifestaciones
más duras y por eso la Iglesia practica exorcismos desde siempre.
Frente al poder de los demonios tenemos con
nosotros a Jesucristo que es mucho más poderoso y nos libera de su influencia,
ha venido a acabar con ellos.
La Palabra de Jesús está llena de autoridad,
puede transformar nuestra vida por sí misma. Nos convence y nos ilusiona con el
proyecto del Reino de Dios. Nos sentimos atraídos por él como aquellos
discípulos que lo dejaron todo para seguirlo, porque es una Palabra muy
poderosa.
La autoridad de Jesús también se manifiesta
sobre los espíritus inmundos que entorpecen nuestra vida. Por eso necesitamos
sentir muy dentro a Jesucristo con su poder salvador y liberador.
Escuchar el Evangelio, estar con el Señor en
la oración, participar de los sacramentos y vivir el amor al prójimo, son
acciones que nos llenan de la luz de Cristo y ahuyentan de nosotros toda
influencia maligna.
Yo te
alabo Señor Jesucristo porque me has hablado con autoridad y tu Palabra ha
entrado dentro de mí y me ha dejado desconcertado. Yo de adoro porque eres mi
Señor y me libras de todo mal, porque estás conmigo y no permites que la
tentación sea superior a mis fuerzas. Tú me has enviado también como profeta en
medio del pueblo para que proclame tu Palabra, para que te haga presente y
muestre con sencillez que tú eres el Santo de Dios.