Venid vosotros,
benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la
creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me
disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me
vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme. (Mt
25,34-36)
En otras parábolas de Jesús se nos habló de
aquellas vírgenes que no habían sido precavidas y no llevaban aceite suficiente
para sus lámparas o de aquel siervo miedoso que escondió el talento bajo
tierra. En esta otra parábola podemos comprender qué quería decir tener el
aceite preparado o ponerse a negociar con los talentos. Se trata de amar al
prójimo y de socorrer a todos los que se encuentran en alguna situación de
sufrimiento.
El Señor que se nos presenta como el rey que
juzgará al mundo al final de los tiempos ha padecido también en su vida todas
estas situaciones. Y se siente identificado con todos los que las están
viviendo en la actualidad.
Es interesante que el castigo eterno no es
por causa de haber cometido pecados muy graves sino por haber sido indiferentes
ante los que sufren. Y el premio está reservado desde el origen del mundo para
los que han vivido con un corazón misericordioso.
Me duele cuando entendemos la vida cristiana
como una moral en la que señalamos los pecados y queremos cerrar las puertas a
los que no consideramos dignos. La lectura del Evangelio nos muestra otra forma
de entender nuestra relación con Dios. Jesucristo nos ha puesto siempre la
mirada en los hermanos y sobre todo en los pobres que padecen. Y él mismo se
iba a comer con los pecadores y era criticado por ello. El anuncio del Reino
nos quiere comprometer a hacer de nuestra vida una entrega de amor con hechos
concretos.
La iglesia de nuestro tiempo se tiene que
distinguir por ser un lugar de acogida y de esperanza para todo el que la
necesita. Como dice una de nuestras plegarias: que todos encuentren en ella un
motivo para seguir esperando.
En estos días complicados que estamos
viviendo a causa de esta pandemia mundial también se pone a prueba nuestra
fraternidad y nuestro compromiso por mejorar la vida de nuestros hermanos. Recordemos
las otras parábolas que habíamos meditado y pongamos nuestros talentos en marcha.
Con aquello que Dios nos ha dado hagamos todo lo que esté en nuestras manos
para ser un signo del amor de Dios que nos cuida y nos alimenta.
Contemplo
tu gloria, Señor Jesús. La gloria de un rey poderoso que va a juzgar el mundo. Pero
eres también un hermano lleno de amor. Tu gloria también se muestra en tu
presencia diaria en los hermanos que me necesitan mi amor y mi cercanía.
Te contemplo
en la Eucaristía y te adoro ante el altar. También te veo en los pobres y
dándome a ellos te estoy rindiendo el culto verdadero.