Sed perfectos, como
vuestro Padre celestial es perfecto. (Mt 5,48)
Un
hombre me comentó que estaba sorprendido por el mandato de Jesús de ser
perfectos. Le parecía una exageración, algo imposible de conseguir. En realidad
lo que nos está mandando es que seamos como Dios y esto no está a nuestro
alcance. Pero ésta es la llamada universal a la santidad. Como vemos forma
parte del Evangelio y ya desde el origen Dios también se lo mandaba a su
pueblo: seréis santos porque yo soy santo.
Entiendo
que este mandato está basado en todo lo que el pueblo ha recibido de Dios, que
sin duda es puro don porque no ha habido ningún mérito. Dios ha sido generoso,
ha tratado al pueblo con misericordia y ha perdonado sus pecados. Como dice el
salmo: te perdona, te cura, te rescata de la muerte y te colma de gracia y de
ternura. Ser santos, es hacer con los demás lo que Dios hace con nosotros: ser
generosos, perdonar, curar, rescatar y llenar de gracia y de ternura. Un gran
propósito para la vida: llegar a ser como Dios. Adán pretendió ser como Dios y
pecó porque se dejó engañar por la serpiente, pero ser como Dios es el objetivo
de nuestra vida: ser como Dios obedeciendo y siguiendo sus pasos.
Claro
que es inalcanzable la santidad y la perfección, es la meta que nos tenemos que
fijar y cada día hemos de ir caminando hacia ella. Cada día tendremos que
corregir muchos pasos equivocados y tendremos que rectificar muchas veces el
camino. Pero hemos de caminar firmemente hacia esta perfección divina.
El
señor que nos propone este mandato conoce nuestros límites y nos pone el
remedio estando cercano a nosotros. Él nos alimenta con la Eucaristía para que
nuestro corazón se llene con su amor, él perdona nuestros pecados para que
recuperemos la santidad y nos escucha siempre. Por eso la oración, los
sacramentos, la Palabra y la Caridad fraterna son el apoyo con el que podemos
hacer posible esta meta que parece inalcanzable de ser santos y perfectos como
Dios. Gracias a esta gran ayuda ha habido muchos creyentes que han sido capaces
de dar la vida, de perdonar siempre y de amar y bendecir a los que les estaban
haciendo el mal. Su ejemplo nos anima y nos recuerda que es posible vivir la
santidad.
¡Qué gran Caridad
has tenido conmigo! He experimentado constantemente tu perdón y tu compasión y
he sentido que tú me valoras y encuentras en mí más posibilidades de las que yo
pensaba. Por eso me llamas y confías en que puedo seguir tus pasos. Siempre me
dices: No temas que yo estoy contigo. No puedo más que cantar tu alabanza por
siempre.