«Hoy ha sido la
salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo
del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido». (Lc 19,10)
Hoy me llaman la
atención en este relato las palabras de Jesús. Contrastan con la opinión de la
gente. Para la gente Zaqueo era un pecador y no parecía que fuese la persona
más idónea para acoger a Jesús, pero la mirada del Señor es diferente. Jesús
quiere hospedarse en su casa, porque sabe bien lo que tiene que hacer. El
Evangelio que predica el Señor proclama la misericordia de Dios y su anuncio no
son sólo palabras sino que sobre todo son hechos. Él es el médico que no busca
a los sanos sino a los enfermos para sanarlos. Además, también vemos que Jesús
es quien toma la iniciativa; Zaqueo tan sólo quería verlo pasar, pero el Señor
se fija en él y lo llama por su nombre.
El encuentro de
Zaqueo con Jesús ha significado un cambio radical en su vida. Jesús ha dejado
una huella profunda en él y su conversión no se ha quedado sólo en buena
voluntad sino que ha dado pasos muy concretos: devuelve lo que ha robado
multiplicado por cuatro y entrega la mitad de sus bienes a los pobres. Ha
pasado de ser un ladrón a ser un hombre generoso que se desprende de todo lo
que tiene.
Pero además de la
conversión de Zaqueo ha ocurrido algo mucho más importante, que tal vez no se
pueda descubrir a simple vista: ha llegado la Salvación a su casa. La presencia
de Jesús en casa de Zaqueo le ha llevado la paz y sobre la casa descansa la paz
del Señor. Toda la familia ha sido bendecida por el hecho de haber tenido a
Jesucristo en aquella casa.
Este hecho ha sido
la oportunidad para que Jesús nos recuerde, una vez más, que él ha venido a
buscar y a salvar lo que estaba perdido.
Hoy siento que tengo que abrirte mi casa, Señor Jesús
para que entres y me traigas también salvación. Y siento una gran necesidad de
pedirte por todos aquellos que necesitan tu presencia y tu bendición.
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