Alégrate,
Llena de Gracia, el Señor está contigo. (Lc 2,28)
El ángel Gabrial se dirigió
a María con un nombre nuevo: Llena de Gracia, después insiste:
has encontrado gracia ante Dios. Es una hermosa forma de presentar a María como
la elegida para la misión más importante, dar a luz al Salvador del mundo.
Al llamarla Llena de
Gracia, nos está explicando que ha recibido de Dios algunos privilegios
especiales, siempre mirando a la muerte y Resurrección de Jesucristo: ha sido
liberada definitivamente del pecado. En ella no ha tenido efecto el pecado
original. Por eso podemos celebrar su fiesta para contemplar en ella a la mujer
que aplastó la cabeza de la serpiente.
El demonio había conseguido
engañar a Eva y con la desobediencia de los primeros padres tuvo entrada en el
mundo para traernos el mal. Desde entonces el pecado nos ha ido enfrentando y
destruyendo. Desde entonces el pecado ha bloqueado nuestras posibilidades de
vivir plenamente felices.
Pero María le ha aplastado
la cabeza, según el anuncio que Dios mismo hizo en el comienzo de la historia. Ante
ella ha perdido todo su poder, se ha quedado desarmado.
Dios ha convertido a María
en un verdadero escudo contra los ataques del demonio. Ella es la llena de
Gracia y el pecado no ha podido tocarla. Pero este privilegio especial de María
no se le ha concedido para su grandeza sino para que todos podamos
beneficiarnos junto con ella y con Hijo Jesucristo.
Yo no tengo duda de cómo
tantos pecados que oscurecen la vida humana tienen como origen al diablo que
seduce al hombre y le hace creer que sin Dios alcanzará más libertad y será más
feliz. Luego ocurre lo contrario, que se avergüenza ante su desnudez y se
siente caído y desgraciado. Yo no tengo duda de cómo el diablo ha entrado
incluso en la misma iglesia, en la vida de los creyentes, animándonos a no
vivir de verdad las exigencias del Evangelio y a compaginar la vida religiosa
con un estilo de vida mundano y alejado de Dios. Yo no tengo duda de que es el
diablo el que nos instiga a dividirnos y enfrentarnos entre nosotros mismos, y
también el que me engaña cada día y me propone el camino del egoísmo y del
bienestar, me muestra como un logro de la libertad la desobediencia a Dios,
para que me aleje del sacrificio, de la cruz y del amor verdadero que es el que
da la vida.
María es el escudo seguro. De
su mano puedo vencer a Satanás, porque ella es la que ha aplastado la cabeza de
la serpiente y es muy poderosa contra el maligno.
Celebrar hoy la fiesta de
la Inmaculada no es sólo poder admirar a María por los privilegios que Dios le
ha concedido para ser la madre de Jesucristo sino unirme fuertemente a ella
para que me defienda de los engaños del maligno y me lleve hacia Jesucristo el
Salvador.
¡Qué
admirable es tu presencia, Virgen Inmaculada. En ti todo es belleza, en ti deslumbra
el amor, contigo brilla la santidad y lo iluminas todo con la luz de tu Hijo Jesucristo.
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