Aprended de esta parábola de la
higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el
verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está
cerca, a la puerta. (Mc 13,28-29)
Jesús
anuncia el momento final de la historia como días de gran angustia. La verdad
es que me resulta muy difícil entender bien el significado de estas palabras.
Pero está claro que nos está advirtiendo que no va a ser fácil. Ciertamente la
vida de los creyentes ha sido muy difícil en la historia. En nuestro tiempo
también es posible que muchos cristianos sientan la fuerza de estas palabras
porque sufren toda clase de persecuciones y discriminaciones por razón de su
fe. Hace unos días teníamos la noticia de que Asia Bibi había sido puesta en
libertad después de mucho tiempo condenada a muerte por blasfemia. Aun así
todavía no lo tiene fácil. Podríamos imaginar el sentimiento de estos
cristianos sufriendo tanto por pretender ser fieles al Evangelio. Son días muy
difíciles, es como si los astros se tambalearan.
En
nuestra vida concreta tal vez no tenemos este tipo de sufrimientos, pero
tampoco nos faltan las contradicciones y las situaciones difíciles que nos
pueden hacer dudar. Yo pienso en los escándalos que van saliendo cada día y que
ponen en cuestión la credibilidad de la iglesia, en los ataques al papa de
muchos católicos, en la mediocridad en la que nos hemos instalado o en la
batalla contra ideologías concretas que nos despista de nuestra verdadera
vocación, que es el anuncio del Evangelio y la unión con Jesucristo. Para mí,
estos son también momentos de tribulación.
Tal
vez tú estás atravesando algún momento difícil: una enfermedad, una traición,
la muerte de alguien muy querido, algo que no comprendes o que te hace dudar.
Pero
Jesús no quiere victimismo sino alegría, siempre alegría. Cuando veamos todas
estas cosas, que nos podrían desanimar, tenemos que alegrarnos porque está
cerca el momento de su venida gloriosa. Estos son los signos que nos permiten
reconocer que Jesucristo está muy cerca y que pronto nos va a permitir
llenarnos de alegría por su triunfo.
En
su vida fue una realidad muy clara: padeció y fue crucificado, pero al tercer
día resucitó y se cubrió de gloria.
Así
que en todo momento hay que permanecer fieles, en todo momento seguir confiando
en él y seguir escuchando su palabra, mantenerse firmes en la oración, celebrar
la Eucaristía con alegría, arrepentirnos de nuestros pecados y tratar de
levantarnos de nuevo porque el Señor está a la puerta y ante él daremos cuenta
de nuestra vida.
Bendito y alabado seas
siempre, Señor Jesucristo por todo lo que haces para salvarnos; por el
sacrificio de tu vida, por tu obediencia total al Padre y por el amor que te ha
llevado a derramar tu sangre para redimirnos. A ti siempre la gloria y el
honor, tú eres el único señor y mi vida te pertenece.