«¡Cuidado
con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan
reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los
primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con
pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.» (Mc
12,38)
En el relato del Evangelio
aparecen dos actitudes. Una es la de los escribas, contra la que Jesús nos
advierte y la otra, la de una pobre viuda a la que Jesús alaba ante todos.
Los escribas eran hombres
muy religiosos y muy respetados por la gente, pero sólo buscaban grandezas
humanas. Su religiosidad y su buena posición ante los demás les servía como
excusa para ganar dinero.
Esta advertencia de Jesús
no es una simple crítica. Jesús conoce el corazón humano y sabe que todos
estamos expuestos a este peligro. Para evitarlo tenemos que cuidar mucho de no
dejarnos atrapar por este espíritu.
Para defendernos bien de
estas actitudes, Jesús nos anima con claridad a buscar el último lugar, a
humillarnos, a ser pobres y darlo todo, a actuar siempre con gratuidad. En esto
sí que tenemos que esforzarnos cada día y estar muy vigilantes, porque en la
humildad, en la pobreza y en el amor con que tratamos a los demás es donde se
muestra el testimonio de la Vida Nueva del Evangelio. Pienso que no hay que
tener miedo de ser muy críticos con las actitudes de vanidad que el mismo Jesús
condena, pero sobre todo hemos de ser muy exigentes con nosotros mismos para no
dejarnos arrastrar por estas vanidades, que sólo pueden proceder del diablo.
La actitud de la viuda,
sin embargo, ha merecido la alabanza del Señor. La viuda ha pasado
desapercibida ante los demás pero para el Señor, que ve en el corazón del
hombre, no. Ella es un ejemplo de los pobres que confían siempre en Dios. Ella
pasa necesidad pero sabe que hay quienes pasan más necesidad todavía y está
dispuesta a dar lo poco que le queda para ayudar. Ella confía en que Dios, que
lo puede todo y es un Padre, no la dejará abandonada. Ésta es la actitud que
Jesús nos propone a nosotros. La sencillez, la pobreza y la caridad de esta
mujer frente a la vanidad y la búsqueda de honores de los escribas.
Como siempre, es el mismo
Jesucristo quien se convierte para nosotros en el modelo de lo que predica. En
él, que también era apreciado por mucha gente, no hay ninguna vanidad. Llegado
el momento se pondrá a lavar los pies de los apóstoles como un esclavo. Pero
todavía más, a la hora de darlo todo entregará su propia vida para la salvación
del mundo. Su muerte en la cruz será el anuncio más claro de su confianza
absoluta en el Padre, que al tercer día lo rescatará de la muerte.
Te
contemplo lleno de gloria en el cielo, sentado a la derecha del Padre. Estás
ahí para interceder en nuestro favor. Hay razones para no perder nunca la
confianza. La tentación puede ser grande, pero tu oración ante el Padre es muy
poderosa y nos librará en todo momento. Tú has llegado hasta el cielo
renunciando a todo, incluso a tu dignidad y a tu vida, porque tu amor es más
grande que todas las grandezas humanas. Tú vendrás en el último día con toda tu
gloria para juzgar lo que hemos hecho con los dones que recibimos.
Fortaléceme, Señor, en medio de mis pruebas.
Ayúdame a descubrir el valor de los bienes eternos que tú me prometes y a tener
el valor de despojarme de todo, a ocuparme de tu Reino y de tu Amor y confiar
que tú me darás todo lo demás.
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