‘Que el Señor te bendiga y te proteja;
que
el Señor te mire con agrado
y te muestre su bondad;
que el Señor te mire con amor
y te conceda la paz.’ (Nm 6,24-26)
La liturgia de este primer día del año nos propone
la fórmula de bendición. El Señor le prometió a Moisés que así Él bendeciría a
su pueblo. Ellos invocan al Señor, lo recuerdan, acuden a Él, y Dios los
bendice y los protege.
Esta propuesta es una fórmula sencilla que podemos
convertir en un saludo. De esta manera también en nuestra vida cotidiana
estamos recordando al Señor, estamos reconociendo que lo necesitamos y que Él
se anticipa a nuestros deseos. Al desear la bendición del Señor estamos también
poniendo esa luz en nuestro ambiente.
Desear la bendición de Dios no es sólo una palabra
bonita. Si yo le pido a Dios que te bendiga no puedo maldecirte a continuación.
Si yo deseo que el Señor te bendiga tengo que esforzarme también por ser una
bendición para ti.
Es una frase simple, pero creo que está muy llena
de contenido.
Al comenzar
un nuevo año me dirijo a ti, Señor, y te pido que nos traigas la paz al mundo,
que terminen las desigualdades, que se supere la pobreza para que a nadie le
falte lo necesario. Te pido por todos los que nos han dejado en este año que ha
terminado, porque confío en tu misericordia y sé que los llevarás a tu Reino.
Quiero pedirte también por la Iglesia para que tú la ayudes a ser la luz del
Evangelio en el mundo, un recinto de paz y amor, de libertad y justicia, para
que todos encuentren en ella un motivo
de esperanza.