Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra
liberación, (Lc 21,28)
Comenzamos un año más
nuestro tiempo de Adviento. Este año marcado por la violencia y la guerra. Una
violencia que llevaba mucho tiempo causando horror a muchas personas inocentes
y que parecía no importarnos. Pero, como siempre, al final nos afecta a todos.
Los cristianos hemos de
poner nuestra fe siempre en el Señor, por eso hasta las situaciones más
extremas son una llamada a fijar en él nuestra mirada. Y Jesús nos anuncia que
los signos terribles son el anuncio de nuestra liberación. Pero también nos advierte
contra las borracheras y el libertinaje. Como cada año, este primer domingo de
Adviento nos anima a estar vigilantes.
Si nos cerramos a
nosotros mismos y nos preocupamos sólo de nuestro propio bienestar y de nuestra
propia diversión llegará de improviso el día en que todo eso se nos derrumbe y
nos llenaremos de espanto. Tal vez si nos hubiéramos tomado más en serio el
dolor de los pobres desde hace mucho tiempo hoy estaríamos en una situación
diferente.
Jesús nos dice que
permanezcamos vigilantes, orando y confiando en él para que no nos sorprenda
ese día fatal. En lugar del desenfreno y las borracheras mejor que nos guiemos
de sus consejos, en lugar de pensar en gastos desproporcionados para estos
días, mejor será que tratemos de comprender el significado de lo que estamos
celebrando: que Dios vino en persona para sacarnos de nuestra miseria y quiso
nacer entre los pobres. Entendamos bien este acontecimiento y vamos a
celebrarlo con coherencia, haciéndonos pequeños y servidores de los demás.
Esto no significa que no hagamos fiesta. Tenemos razones para
celebrar una fiesta y para pasarlo bien. Sabemos que Dios nos ama tanto que ha
venido a poner su tienda entre nosotros y tenemos la suerte de sentirlo muy
cerca, sobre todo cuando más lo necesitamos. Haremos fiesta para darle gracias
y alegrarnos por todo lo que nos ha dado. Pero sin olvidar que su venida es
también una llamada a hacernos pequeños como Él y a desprendernos de todo lo
superfluo.
Al final del tiempo vendrá el Señor de nuevo, pero esta vez con
todo poder y gloria para hacer un mundo nuevo. Dediquemos nuestra vida a
servirlo cada día en cada persona que se cruza en nuestro camino. Porque Jesús
está siempre entre nosotros y viene constantemente a nuestra vida.
Señor Jesús: hace mucho
tiempo que viniste a nuestra tierra para anunciarnos el camino de la paz y con
tu vida nos abriste paso para llegar a Dios. Hoy estás entre nosotros y te
podemos encontrar siempre que te buscamos. Es más, eres tú mismo quien se
empeña en salir a buscarnos porque deseas darnos mucho más de lo que podemos
imaginar. Estás vivo y te puedo escuchar cuando dejo silencio en mi interior,
te puedo ver en la Eucaristía y te puedo dar algo de mí cuando trato con amor a
mi prójimo. Te doy gracias por todo lo que me estás dando cada día y te pido
que nunca dejes que me separe de ti.