El Hijo
del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después
de muerto, a los tres días resucitará. (Mc 9,31)
También la
Palabra de Dios nos habla de buenos y malos. Los buenos, los justos, son los
que hacen la voluntad de Dios con todas sus consecuencias y se apartan del
pecado. Los justos son los que no ambicionan y evitan la violencia y el mal;
son los que trabajan por la paz y siembran la paz, los que aman
desinteresadamente a los demás y están dispuestos a sacrificarse por los que
sufren.
Pero existen
los malos, los que odian y siembran el odio, los que persiguen a los inocentes
y los asesinan, los que mienten y sólo buscan enriquecerse a costa de todo. Tal
vez esto sea demasiado simple pero es algo real, lo podemos comprobar todos los
días.
El Señor nos
había enseñado una vez que cada árbol se reconoce por sus frutos. Quién es
justo y quién es malo se reconoce por sus frutos, no es cuestión de ideas
abstractas.
Los que
asesinan a los inocentes en público son los malos, y los que se enriquecen a
costa del sufrimiento de los demás, o los que manipulan la verdad para
conseguir sus intereses particulares. Los malos están ahí y se pueden ver sus
frutos de maldad. Son servidores de Satanás, hijos de las tinieblas.
La realidad
es muy dura a veces. No siempre se cumplen los refranes, no siempre el que es
bueno recibe también como recompensa el bien. La realidad nos muestra muchas
veces que el justo sufre persecución y hasta muere injustamente. Esto le pasó
también al Señor; él fue el Justo de forma total, porque en él no hubo el más
mínimo resquicio de maldad. Sin embargo, murió como si fuera un criminal. A
esto fue a lo que vino al mundo. Los malos maquinaron contra él y lograron su
propósito. Pero Dios lo resucitó y lo convirtió en Señor.
Jesús nos
anima a todos nosotros a entrar en su estilo de vida y hacernos servidores de
todos, sin distinción para entrar en su Reino. Nos anima a no pretender ser los
primeros ni los más importantes sino a esforzarnos en ser los últimos, los que
no cuentan para nada. Ésta será la mejor medicina contra la violencia y contra
el mal. El apóstol Santiago nos hace ver que las peleas y divisiones vienen por
el deseo de superioridad, por el afán de riquezas que tenemos en el mundo. Sin embargo,
obedeciendo al Señor, podemos ser sembradores de paz para que tengamos como
fruto la justicia.
El modelo que
Jesús nos propone es un niño. Acoger a un niño, que no nos va a conseguir
ningún puesto de honor ni nos va a dar ningún beneficio material, es como
acoger al mismo Cristo.
Tenemos también
el ejemplo de María. Ella fue sencilla y pequeña hasta el punto de que pasó desapercibida
en toda la historia. Sin embargo nadie más grande que ella en este mundo
nuestro. Y siempre la estamos buscando como excelente compañera de camino.
Quiero hoy orar por los niños; tú has
querido identificarte con ellos y nos animas a acogerlos en tu nombre. Yo te
ruego por todos para que te hagas presente en sus vidas y permitas que te
encuentren fácilmente y que sientan la
alegría de conocerte. Te ruego por los que están sufriendo en estos momentos
por cualquier motivo, los que sufren las injusticias de los mayores o la
enfermedad o la pobreza. Asístelos con tu gracia para que puedan recuperar la
alegría y la inocencia.