Escuchad
y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que
sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. (Mc 7,15)
El mensaje
del Evangelio es sabiduría para el que lo escucha y lo lleva a la práctica,
como lo fue también la ley que Moisés entregó a los israelitas. Cuando
meditamos las palabras de Jesús podemos sorprendemos de la actualidad y la
vida que tienen, nos alegramos al comprobar que están respondiendo a nuestras
preocupaciones concretas. Es impresionante que siendo tan antiguas sigan
teniendo tanta actualidad. Pero se explica fácilmente: no es una palabra
humana, es Palabra de Dios.
Ahora bien,
podemos hacer que esta palabra viva se convierta en mero legalismo, que es lo
que les pasó a los fariseos. Ellos convirtieron una ley de vida y de libertad
en unas normas agobiantes, que excluían a los demás y convertían a todos en
impuros. Con razón Jesús dijo que venía a darle a la ley su plenitud, su
verdadero sentido.
Mientras los
fariseos despreciaban a los pecadores, Jesús vino a buscarlos, para anunciarles
la misericordia de Dios y abrirles de nuevo las puertas de Reino; para
llamarlos a la conversión y darles una nueva oportunidad. Entre esos pecadores
a los que Jesús viene a buscar estoy yo, y me siento contento de que me haya
encontrado y me ofrezca la oportunidad de salir de mi pecado y volver a
recuperar la santidad.
Creo que esta
es la misión que hoy me encomienda el Señor: anunciar al mundo esta
misericordia entrañable que nos da la posibilidad de vivir una vida nueva. ¡Qué
pena me da contemplar a muchos cristianos obsesionados con el cumplimiento de
preceptos y llenos de escrúpulos por cosas secundarias! Del mismo modo me
parece muy triste que muchos sacerdotes se dediquen a condenar a unos y otros y
a señalar pecados por todas partes, haciendo del Evangelio un mensaje legalista
en lugar de una oferta de salvación.
Jesús nos
anima a vivir una religión interior. No se trata de controlar lo que entra de
fuera sino de cuidar bien el interior. Del interior del corazón es de donde
pueden salir los pecados que nos contaminan. Pero también, con la ayuda de la
gracia, podemos limpiar nuestro interior y llenarlo de bondades. Podemos cambiar
la lujuria por castidad y los malos
propósitos por buenas intenciones, los robos y homicidios por una caridad
activa para socorrer a los descartados de nuestro tiempo, el desenfreno o la envidia por una vida de
cercanía a Dios y de amor al prójimo, y el orgullo o la frivolidad por la
humildad y la responsabilidad. Podemos transformar nuestro interior y embellecerlo
con todas estas bondades. Entonces estaremos viviendo una religión pura e
intachable que será buena noticia para el mundo.
Señor Jesús, ¡qué hermoso es tu mensaje! Tus
palabras son verdadera sabiduría para la vida. ¡Qué hermoso regalo es poder
enseñar estas cosas a los demás! Nosotros somos débiles, pero tú nos acompañas
para que no nos quedemos en las palabras sino que lo llevemos a la práctica y
seamos signo de una vida pura e intachable.