"No
tengas miedo; tú ten fe, y basta". (Mc 5,36)
Con
frecuencia podemos sentirnos tentados por el desánimo. Podemos tener la
impresión de que no merece la pena el esfuerzo porque ya está todo perdido. Es
lo que le debió de suceder a Jairo cuando le dijeron que su hija había muerto.
Ya no valía la pena seguir molestando al Maestro.
Pienso en situaciones muy concretas. ¿Para qué te empeñas en
algo que no tiene ningún sentido? Es como una voz interior que te dice que lo
dejes ya. Una voz que te dice que no vas a cambiar a esa persona, que no vas a
conseguir ese trabajo, que no alcanzarás la salud para ese enfermo o que no
aprobarás ese examen. Déjalo ya, para que seguir insistiendo si todo está
perdido.
Pero Jesús le dice a Jairo lo contrario. Es algo insólito.
Ni siquiera la noticia de que su hija está muerta le tiene que hacer desistir
de su afán por salvarla: “Basta que
tengas fe”. Como la tuvo la mujer que padecía hemorragias: bastó que
tuviera fe y quedó sanada con solo tocarle el manto. La fe es muy poderosa y
nos permite confiar siempre y seguir luchando aunque los hechos nos digan que todo está
acabado.
Así que una vez más siento la llamada del Señor a no
desanimarme por complicadas que parezcan las cosas. Sé que puedo esperarlo todo
de Él, porque no estoy solo en esta tarea, Jesús en persona está conmigo. Sé
que puedo pedirle cosas imposibles y que nunca tendré motivos para dejar de
confiar en su inmenso poder. Porque hasta de la muerte puede salvarme para
siempre.
Que sí, que vas a aprobar el examen, que te van a dar el
trabajo, que vas a cambiar a esa persona, que volverá la salud para el enfermo
y que vas a lograr lo que te propongas. Basta que tengas fe en el Señor, que está
contigo y quiere dártelo todo.
Yo creo en ti pero
también tengo muchas dudas. Hasta para tener fe necesito de tu auxilio. Tú me
conoces bien y sabes que no soy más que un pobre hombre. Por eso acudo siempre
a ti y me echo a tus pies. Tú, a cambio, me haces sentir la fuerza sanadora que
sale de ti.