Los ciegos
ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los
muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el
que no se sienta defraudado por mí! (Mt 11, 5-6)
Jesús no sólo tiene palabras para anunciar el Reino de Dios
que ha llegado con él, sobre todo puede ofrecer los signos claros que
demuestran que se han cumplido las profecías.
Tal vez Juan el Bautista estaba desconcertado. Jesús no ha
venido con el hacha para talar los árboles que no dan fruto ni pretende quemar
la paja separada del grano. Más bien anuncia la llegada del perdón y de la
misericordia, y presenta a Dios como padre que espera pacientemente el retorno
del Hijo pródigo.
Ahora que vamos a celebrar un año más su venida en la carne
podemos esperar que seguirá realizando ante nosotros estos prodigios que nos
devuelven la confianza en Dios. No viene como juez para condenarnos por nuestros
pecados sino que quiere curarnos nuestras heridas. Viene para devolvernos la
ilusión y la confianza y para animarnos a sembrar el mundo de gestos positivos.
Es posible que no veamos esos grandes milagros que lo
acreditaban como Hijo de Dios, pero, si abrimos bien los ojos podemos descubrir
su acción en pequeños signos de nuestra vida. También así podemos sentir que
está con nosotros y no nos defrauda.
¿No ves cómo te abre el oído cada día para que escuches su
Palabra? ¿No ves cómo te abre los ojos para que contemples todo lo bueno que
hay a tu alrededor?
También te llenará de vida y de entusiasmo para que puedas
dar a otros la Buena Noticia, será la Buena Noticia del amor de Jesús pero que
se hará realidad en todos los gestos de amor que pones en todo lo que haces. Cuando
alguien se sienta tu acogida o tu perdón, cuando has comprendido al que te
busca, cuando has socorrido al que tenía un problema… tú también estás
anunciando que Jesús es el que tenía que venir.
Yo soy el que está
ciego porque no soy capaz de ver todo lo que haces y me encierro en mis
tinieblas y en mi tristeza. Yo soy el que está sordo y cierro mis oídos a tu
Palabra, me quedo inactivo y no construyo tu Reino. Yo mismo soy un pobre que
cree que todo está perdido. Pero tú vienes a mí y de forma admirable me abres
los ojos y los oídos y me sacas de mi pasividad para que pueda llenar de
alegría a mis hermanos.
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