En
esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la
vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no
pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la
resurrección. (Lc 20,37)
Si hubiera que resumir en pocas palabras en qué creemos los
cristianos, creo que sería muy sencillo: que Cristo ha muerto y ha resucitado. Esto
es el núcleo de la fe de la Iglesia. Por eso la fe en la resurrección no es un
cuestión secundaria sino algo esencial, ésa es la Buena noticia que anunciamos.
Y Cristo ha resucitado para prepararnos sitio, para ofrecernos a todos, después
de la muerte una feliz que no se puede comparar con la vida terrena y que no es
capaz de alcanzar nuestra imaginación.
Creer en la Resurrección es un alivio para nuestros
sufrimientos, nos da una luz al tener la esperanza de que algún día todo lo
malo terminará. Es también un consuelo ante la muerte, porque sabemos que no
hemos perdido para siempre a nuestros seres queridos, que volveremos a estar
con ellos en una vida diferente. Es verdad que no nos quita el dolor y la
desolación por la muerte pero la vivimos con esperanza.
Pero también la fe en la resurrección de los muertos tiene
que ser un motivo para plantearnos cómo hemos de vivir esta vida terrenal. El Señor nos ha dicho en muchas ocasiones que
atesoremos tesoros en el cielo. Puesto que sabemos que las cosas de este mundo
son caducas y que no nos vamos a llevar nada a la otra vida, lo mejor es que no
andemos pensando sólo en el bienestar material o en las riquezas y los placeres
del mundo. Esto es algo que termina tarde o temprano. Los que esperamos la
Resurrección final, tenemos que pensar en acumular otra clase de tesoros que no
son caducos y no terminan nunca.
Por eso es mejor escuchar las enseñanzas de Jesús, dejarnos
guiar por todo lo que nos dice. Es mejor vivir el amor y desprendernos de
nuestras cosas y hacer el bien a los demás: así tendremos un tesoro en el
cielo. Es mejor acercarnos a Dios y disfrutar de su presencia para poder
después sentirnos plenos cuando lo estemos contemplando cara a cara.
En definitiva, vamos a usar los bienes de este mundo para
alcanzar con ellos los bienes eternos.
Tú eres el Dios de
los vivos. Por eso confío en que tú nos harás ver el triunfo de la vida. No dejarás
que mi espíritu se quede perdido en la nada. Tú puedes hacer que reviva en
todos nosotros el entusiasmo por amarte y servir a los demás, tú nos sacarás de
todas nuestras tinieblas porque la muerte ha sido vencida por tu amor y tu
entrega.
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