Los
hijos de este mundo son más sagaces en lo suyo que los hijos de la luz. (Lc
16,8)
San Pablo nos recuerda que somos hijos de la luz, porque
hemos sido iluminados por Cristo. Nuestra luz es el conocimiento de Dios, es su
Palabra salvadora, es todo el amor que hemos recibido a pesar de nuestros
pecados. Ciertamente hemos sido iluminados. Nuestros pecados han sido
perdonados, nuestro sufrimiento ha sido transformado en fuerza redentora, y
hasta la muerte se ha llenado de sentido con la Resurrección del Señor:
esperamos vivir una vida nueva llena de gozo para siempre.
Ciertamente después de haber recibido tanta luz, tenemos que
vivir como hijos de la luz. La lámpara no se enciende para esconderla sino para
ponerla en el candelero y que alumbre a toda la casa. Hemos recibido la luz del
Evangelio para ser lámparas que alumbren a todos y hagan desaparecer las
tinieblas. Lámparas que alumbran con la esperanza de la vida eterna, que
iluminan con el testimonio del Evangelio, que brillan por las buenas obras
capaces de alegrar a todos. Tenemos que vivir como hijos de la luz por nuestra
lucha por la fraternidad, por nuestra entrega a los pobres, por nuestra vida
desinteresada y honesta.
Jesús, en la parábola del administrador infiel, quiere que
nos demos cuenta de que en esta lucha tenemos un enemigo poderoso. Fijémonos cómo
los hijos de este mundo dedican tiempo, dinero y toda clase de sacrificios para
sacar adelante sus asuntos. Aunque sea triste reconocerlo, pensemos en los
riesgos que corren algunos para traficar con drogas, en el tiempo que dedican
los terroristas para cometer un atentado, en lo que son capaces de hacer los
que trapichean para conseguir dinero fácil… son los hijos de este mundo en sus
asuntos. El Señor nos quiere llamar la atención para que pongamos mayor empeño
aun en los asuntos de su Reino. La fraternidad merece también nuestra
dedicación y nuestro sacrificio, la educación en valores cristianos también nos
exige esfuerzo y tiempo, la lucha por la justicia y por la paz son tan
importantes que hay que estar dispuestos también a correr riesgos si es
necesario; en definitiva, las obras de la luz se merecen mucho más empeño que
las obras de las tinieblas. Si por dinero somos capaces de dedicar tiempo,
esfuerzo y sacrificio, estemos dispuestos a mucho más por hacer la voluntad de
Dios. Que no nos quepa duda: es mejor servir a Dios que servir al dinero y no
se puede servir más que a uno de los dos.
Señor Jesús, tú nos
llamas a construir tu Reino y nos has dado todos los medios para llevarlo a
cabo. Contamos con tu presencia, con la fuerza del Espíritu Santo y con la
ayuda de los sacramentos. Toda esta gracia que recibimos no puede caer en saco
roto. Mira nuestro mundo lleno todavía de dolor y confusión, mira cómo unos se
enriquecen más cada día mientras otros son cada vez más pobres. Que tu Iglesia
llegue a ser una luz para que todos encuentren en ella un motivo para seguir
esperando.
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