Hijo,
acuérdate de que tu recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, en cambio,
males; ahora aquí es consolado y tú atormentado. (Lc 16,25)
Jesús predicó
la misericordia de Dios. ¡Qué paz sentimos al oír y meditar la parábola de la oveja
perdida o del Hijo pródigo! En ellas se nos muestra el amor de un Padre que
supera nuestra forma de entender a Dios.
¿Cómo es
posible que el mismo Jesús nos cuente también una parábola donde se habla del
horror del infierno? ¿No es posible la misericordia del Padre con el rico
egoísta?
No puedo
pensar que Jesús se contradiga. Por eso con la misma sencillez que acojo la
enseñanza amable de las parábolas de la misericordia ahora debo acoger la
enseñanza terrible de esta parábola.
Lo primero
que descubro es que tengo que ir adquiriendo en mi vida los mismos sentimientos
de mi Padre Dios. No tiene sentido que yo desee recibir la misericordia de Dios
pero que no sea capaz de compadecerme de los demás. Jesús había dicho que se
nos medirá con la medida con que midamos.
También había
dicho el Señor que nos ganáramos amigos con el vil dinero para que nos
recibieran en las moradas eternas. Tal vez sea esta parábola una forma clara de
explicarnos qué significa esa invitación.
Abraham le
recuerda al rico que recibió sus bienes durante su vida. Esto quiere decir que
los bienes no eran una propiedad sino algo recibido. Podía haberlos empleado
para hacerse buenos amigos con ellos, para haber socorrido al necesitado y
haberse preparado un tesoro en el cielo. Pero fue sordo a las palabras de los
profetas y prefirió disfrutarlos egoístamente.
La parábola
parece que nos introduce en la otra vida y nos permite contemplar lo que pasa
después de la muerte. Allí se cumplen las palabras de Jesús: “Bienaventurados los pobres-ay de vosotros
los ricos” allí se entiende muy bien que es mejor tener el tesoro en el
cielo que acumular bienes en la tierra. Es terrible la escena del infierno y
del rico torturado por las llamas, pero también resulta muy útil para nosotros
darnos cuenta de la importancia de escuchar la Palabra del Señor y llevarla a
la práctica porque lo que está en juego es nuestra felicidad eterna.
Creo que
tenemos muchas posibilidades de conocer el camino a seguir. Constantemente
estamos oyendo el Evangelio y se nos explica su sentido de muchas maneras. No
podemos decir que no sabíamos nada porque Dios se ha hecho el encontradizo en
nuestra vida y nos ha explicado lo que espera de nosotros. Si nos damos cuenta,
es en la vivencia de la Caridad en lo que más nos insisten estas enseñanzas. El
Señor espera de nosotros una vida intachable, quiere que nos apartemos del
pecado y que lo busquemos a Él en todas las circunstancias, pero, sobre todo,
quiere que amemos de corazón al hermano y que pongamos todos nuestros bienes
para servir a los pobres y necesitados.
En esto
consiste una vida verdaderamente religiosa.
Deseo tener un tesoro grande en el cielo,
tenerte a ti para disfrutar de tu
compañía durante toda la eternidad. Ahora que te encuentro en todos los
hermanos que vienen a mí puedo mostrarte cuánto te amo amándolos a ellos y
dando mi vida por ellos. Tú eres mi único tesoro y me permites encontrarte cada
día en los pequeños y en los humildes.