Os
digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se
convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.( Lc
15,7)
Es importante que leamos el Evangelio siempre como si fuera
la primera vez, así nos podremos dar cuenta de cómo nos desconcierta este
mensaje. Pensemos bien en el sentido de la parábola de la oveja perdida y
veremos cómo rompe todos nuestros esquemas: No es lógico que un pastor deje a
noventa y nueve ovejas en el campo para buscar a una que se ha perdido, no cabe
tampoco en nuestra forma de pensar que alguien se alegre por un malo que se
arrepiente y no se alegre de tener a noventa y nueve personas buenas. ¿Cómo es
posible que Dios, en cambio, actúe así? Sin lugar a dudas, esta parábola está
dando la vuelta por completo a nuestra forma de pensar.
Para nosotros lo justo es que cada uno se lleve lo que se
merece. El bueno se merece el premio y el malo se merece el castigo. Pero la
justicia de Dios va por un camino diferente, porque Dios se mueve siempre por
el amor. Es verdad que el malo se merece el castigo, pero el malo, el pecador,
es también amado por Dios, por eso Él espera con paciencia que se arrepienta y
cambie. Cuando esto sucede, la alegría es desbordante, tanto que supera a la
alegría de tener a los buenos.
Si nos consideramos buenos nos podremos sentir profundamente
defraudados. Porque Dios no se alegra por nosotros tanto como por los pecadores
que se arrepienten.
Ahora bien, podríamos descubrir que también está el pecado
en nosotros. Que también tenemos que arrepentirnos por no haber amado lo
suficiente, por no habernos desprendido lo suficiente, porque siempre podemos
dar más, y trabajar más por el Reino. Así también Dios se llenará de alegría
por nuestra conversión.
Todavía podríamos ir más lejos, creo yo. Podríamos unirnos
tanto a Dios, podríamos estar tan identificados con nuestro Maestro, que
también amáramos a todos como Él. Entonces llegaríamos a participar con Dios de
su alegría desbordante por cada pecador que se convierta. La inmensa alegría de
haber recuperado a un hermano que estaba perdido.
Señor Jesús, a medida
que voy conociendo la grandeza de tu Corazón, siento que tengo que transformar
todo mi ser. Tú me has invitado a ser un odre nuevo para poder contener el vino
nuevo del Evangelio. Tu amor es tan sublime que en toda mi vida no habré
llegado a conocer más que una chispa de ese fuego abrasador. Yo soy como el
barro en manos del alfarero. Modela tú mi pobre ser para que pueda responder a
tus dones.
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