Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus
milagros, manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.
(Jn 2,11)
(Jn 2,11)
Jesús ha comenzado a revelarse en una boda y el
primer milagro que ha realizado ha consistido en convertir el agua en vino. En
el relato de este acontecimiento aparece de forma muy particular la madre de
Jesús. Es ella la que se da cuenta de que falta el vino, la que acude a Jesús
para decirle lo que pasa y la que anima a hacer lo que Jesús diga.
El vino es todo un signo de alegría y de fiesta,
que no puede faltar en una celebración. El agua es también signo de vida y de
limpieza. Pero tal vez aquí el agua es señal de vacío, de falta de sabor y
color.
María acude a Jesús porque no quiere que la gente
se quede sin su fiesta y su alegría y el Señor no puede negarse a lo que su
madre le ha pedido.
Estaba yo pensando en el significado de todo esto
relacionado conmigo y con la situación concreta en la que estamos viviendo.
Creo que hemos perdido la alegría y la ilusión de otros tiempos y miramos el
futuro con pesimismo, creo que nos estamos resignando a que las cosas no van a
cambiar y parece que nos vamos conformando con lo que hay. Podríamos decir que
nos hemos quedado sin vino: sin la alegría y la fiesta. Y somos como el agua:
incolora, inodora e insípida.
El episodio de Caná me llena de esperanza. En él
veo que María no es indiferente nuestra situación, y siento que ella está
indicándole a su Hijo que nos falta la alegría y que no puede quedarse
indiferente. Nosotros somos como el agua que llenó las tinajas hasta lo
alto pero Él, con su poder, puede
transformarnos a todos en un vino sabroso y abundante.
Aquí
estoy yo como el agua que no tiene sabor ni olor ni color, incapaz de cambiar
el mundo, incapaz de cambiar mi corazón. Contemplo a la gente que sufre a mi
alrededor, a los que andan despistados por caminos equivocados y no sé cómo
llevarlos a ti para que encuentren sentido y alegría.
Sé que tu
madre, que es mi madre, mira con preocupación esta situación y que ella te lo
está indicando.
Convierte
esta agua en vino. Transforma mi mediocridad en la alegría de la amistad; que
llegue la fiesta de la solidaridad; que brote la ilusión de mejorar este mundo
en que vivo llenándolo de amor y de entrega; que descubra una vez más la
alegría de compartir con lo demás, el gozo de sentir el perdón que recibo de ti
y la satisfacción de perdonar.
Tú eres
la fiesta porque contigo llega la esperanza y el amor; porque tu perdón y tu
cercanía son una alegría infinita.
Espero
contemplar tus signos para ver tu gloria y aumentar mi fe en ti.
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