María contestó: —«Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». (Lc 1,38)
El rey David se lleno de
grandeza y pensó en construir un templo al Señor. Sabía muy bien plantearlo
como una obra piadosa, construir un templo porque el Señor se merecía estar en
un lugar grandioso. Pero, en el fondo, se trataba de un acto de soberbia. Lo
que en realidad pretendía era dejar una huella importante para la historia, ser
recordado por haber construido una gran obra que fuese la admiración del mundo
entero. Se podía decir qué gran amor tenía David por su Dios que le construyó
un templo tan maravilloso. Pero Dios intervino por medio del profeta Natán y le
frustró sus planes: le recordó que él sólo era un pastorcillo y que había
llegado hasta donde estaba por puro don de Dios. Dios lo sacó de los apriscos y
lo convirtió en rey, es el Señor quién lo ha hecho todo por él y seguirá
haciendo porque de su descendencia nacerá el Salvador.
Frente a la soberbia de
David encontramos hoy a María tan pequeña, tan sencilla y tan limpia de
corazón. En ella no hay ningún afán de pasar a la historia sólo desea cumplir
la voluntad del Señor.
Yo pensaba en mí mismo ante estos dos ejemplos. Cuando quiero llevar a los hombres a Dios, cuando quiero que la Palabra de Dios toque el corazón de la gente y rebusco las formas brillantes para conmover a la gente, cuando deseo animar a los jóvenes a entregarle a Dios su vida… bajo la apariencia de estar haciendo algo piadoso estoy buscando mi propia gloria, pensando que se me recuerde como alguien que hizo algo grande. Y, como le pasó a David, también Dios me ha tenido que bajar los humos. Jesús me dice que mire a su madre y aprenda de ella a aceptar y desear que se haga en mí la voluntad de Dios.
El Señor hizo a María la
más grande de todo ser humano sin que hiciera ninguna obra majestuosa ni
brillará por nada humano. Ella sólo se dejó hacer. Y por esta actitud humilde
hoy podemos glorificar a Dios que nos ha salvado.
Enséñame,
Señor, a aceptar como María que se haga siempre tu voluntad. Porque tu voluntad
en mi vida es siempre lo mejor para mí y para el mundo.