Éstos
irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna. (Mt 25,46)
Jesús habla de castigo eterno y de vida eterna. Por lo
tanto no es algo secundario lo que está en juego. En esta vida podemos tener momentos
de alegría y de tristeza, todo es temporal. Pero después de esta vida nos
espera la eternidad. La eternidad puede ser de felicidad o de desesperación. Es
muy necesario que el evangelio nos cale porque podríamos recibir el castigo
eterno y ya no hay vuelta atrás.
Lo que Jesús plantea en el juicio final no tiene nada
que ver con pecados y mucho menos con los escrúpulos religiosos de normas o
ritos. Lo que se va a juzgar es el amor al prójimo que es la forma de amar a
Dios, es decir los dos mandamientos que sostienen la ley y los profetas.
El amor no es la prohibición de pecados sino el
compromiso por la fraternidad, es la entrega silenciosa y generosa a los demás,
y de una manera muy especial es la atención a los que sufren por cualquier
motivo.
Jesús se identifica con los pobres porque él ha vivido
la vida de los pobres; y lo que se haga con ellos se ha hecho con Jesús mismo.
Los justos no estaban pensando en ganar el cielo, es lo que podemos entender
ante su respuesta; vivían su amor al prójimo como algo natural y se sorprenden
de lo que están escuchando: Era Cristo quien estaba siendo amado por ellos.
Los que son condenados no han tenido misericordia. Tal
vez estuvieron al cuidado de no cometer ciertos pecados, pero su corazón estaba
endurecido hacia los hermanos y, por eso, se llevan la sorpresa de que su
indiferencia los lleva a la condenación. Era al mismo Cristo a quien dejaron de
atender.
El juicio final pone en evidencia que durante la
historia de la humanidad ha habido personas que han sembrado la alegría, que
han tenido la lámpara encendida en medio de la oscuridad, que han puesto en
rendimiento sus talentos y se han distinguido por reflejar las
bienaventuranzas: siendo misericordiosos, trabajando por la paz, teniendo el
corazón limpio. Por el contrario, otros no han hecho nada, no han sido luz, han
enterrado su talento, por eso no han sido un reflejo de las bienaventuranzas y
esto ha sido tan grave que los ha llevado a la condenación.
Jesús se presenta como rey, como pastor y como juez.
El evangelio siempre es buena noticia. No lo veamos
como una amenaza sino como una invitación a vivir el amor, porque este será el
examen final. Es verdad que hay que evitar el pecado y que tenemos que estar
alertas para no pecar y no alejarnos de Dios. Esto no está en discusión. Hay
que cumplir los mandamientos y no mentir ni robar ni hacer daño a nadie. Pero
es mucho más importante vivir el amor al prójimo, sea quien sea. Como decía san
Juan de la cruz: “Al atardecer de la vida me examinarán del amor”
Hoy
te contemplo lleno de gloria y majestad. Tú eres el rey del Universo y el único
poderoso. Se equivocan los poderosos de este mundo que te niegan y tratan de anularte.
Tú eres el juez que separas a los justos de los malvados y das a cada uno según
sus obras. Por eso tu Palabra es mi alimento cada día, por eso me corrijo
continuamente para no desviar mi camino y por eso me acojo siempre a tu
misericordia. Porque eres mi juez pero también eres mi Padre y me animas a
mirar a todos los demás como mis hermanos.