«¡Qué
necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario
que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».(Lc 24,25)
Qué necios y qué torpes eran los discípulos, no
entendían lo que habían dicho los profetas.
La verdad es que todos somos necios y torpes porque
nuestro cerebro es muy pequeño para poder abarcar un mensaje tan sublime. ¿Cómo
podremos pretender comprender a Dios? Los discípulos eran necios y torpes
porque no podían ser otra cosa. Humanamente las expectativas miran siempre al
bienestar y a la gloria de este mundo. Es imposible aceptar que para llegar a
la gloria sea necesario pasar por la humillación y el sufrimiento de la cruz.
Así vamos pues por el camino de la vida decepcionados
porque no se cumplen nuestras expectativas. Sí, es verdad, llegamos incluso a
decepcionarnos del mismo Dios: ¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no
respondes a nuestras súplicas? ¿Hasta cuándo?
El relato del Evangelio nos habla de un camino de
tristeza en el que aparece Jesús en persona, pero los discípulos no lo
reconocieron.
En el camino de nuestras frustraciones y nuestras dudas
está también Jesucristo que nos sale al encuentro aunque no seamos capaces de
reconocerlo.
En segundo lugar, Jesús les va explicando las
escrituras para que su mente se abra a Dios y a su forma de hacer las cosas. La
Palabra de Dios es la que nos pone en relación con el mismo Jesucristo para ir
avanzando en su conocimiento. Ellos saben que su corazón arde cuando escuchan
esta explicación del Señor: era necesario
que el Mesías padeciera para entrar en su gloria.
En tercer lugar, nos dice que reconocieron al Señor cuando partió el pan. Así nos anima a celebrar la Eucaristía. En el pan partido está Jesucristo. Una vez que lo reconocieron desapareció de su vista, pero él se había quedado con ellos.
Por último hacen un camino de vuelta pero llenos de alegría.
Tienen una noticia importante que compartir con todos los demás discípulos: El
Señor ha resucitado verdaderamente.
En el camino, en la Palabra, en la Eucaristía y en la
comunidad encontramos al Señor Resucitado.
Aquí
me tienes lleno de dudas y de desilusiones, necesito que también te hagas el
encontradizo y me acompañes en este camino decepcionante. Toda esta situación
es necesaria para que el mundo conozca que tú estás vivo y que tú estás en tu
gloria. Entraré yo también en tu gloria a pesar de mi tibieza. Porque no soy yo
quien puedo alcanzarla sino que tú me la has alcanzado con tu sangre derramada,
has pagado el precio de mi rescate.
Hoy
partiré el pan y mis ojos se abrirán para reconocerte.