No
temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy,
en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí
tenéis la señal encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre. (Lc 2,10-11)
Esta noche la gloria del
Señor nos envuelve de claridad. Cristo ha bajado del cielo y está entre
nosotros haciendo brillar su luz en el mundo entero.
El ángel anuncia la gran
alegría del nacimiento del Salvador.
Llega la luz y se acaban
las tinieblas.
Llega la santidad y se
borra el pecado.
Llega la vida y es vencida
la muerte.
Llega la libertad y es
destruida la opresión.
Un niño nos ha nacido y
nos trae la paz sin límites.
No es un logro humano, ha
sido el poder de Dios quien lo ha hecho posible.
Es verdad que al mirar este mundo en el que vivimos descubrimos todavía el rastro del pecado, y el dominio de las tinieblas: sigue la guerra y la injusticia, sigue el hambre y el sufrimiento. ¿Cómo glorificar a Dios que nos salva si todavía vemos el mal en el mundo?
Los pastores oyeron la
Buena Noticia y se llenaron de alegría porque Dios estaba entre nosotros. La señal
no era algo extraordinario sino un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre.
Ellos seguían siendo
pobres y oprimidos pero Dios está ya en medio de los hombres y esto es una
buena noticia. Él puede cambiarlo todo aunque parezca pequeño y débil.
Te
contemplo en el pesebre tan pobre y tan sencillo que me siento llamado a
alabarte siempre. ¡Gloria a ti, niño divino, que me traes el consuelo y la
esperanza! Enséñame a abrazar la pobreza y la humildad y a hacerme cercano a
todos mis hermanos.