Mirad:
os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del
enemigo, y nada os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se
os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos
en el cielo». (Lc 10,19-20)
La situación que vivimos
de crisis en muchos sentidos, creo que nos está diciendo que hay mucho trabajo
para los creyentes, porque hay que animar desde la fe a los que se encuentran
perdidos, hay que transmitir valores que nos permitan vivir en paz y que nos
muevan a ser solidarios, en definitiva hay que anunciar a Cristo que es el que
puede transformar el mundo desde lo más profundo, desde el corazón de cada ser
humano.
Ante la necesidad de
trabajadores para esta mies que es abundante lo primero que Jesús nos propone
es mirar al dueño de la mies. Es verdad que hay que estar disponible porque si
pedimos algo a Dios no podemos esperar que sea otro el que responda. También
anima Jesús a sus discípulos a ponerse en camino, pero la primera mirada ha de
ser hacia él mismo que es el dueño y Señor de todo.
Así que no dudemos en orar
y en confiar en el poder de la oración como respuesta a los retos de nuestro
mundo. Yo sé que parece poco útil desde una forma materialista de ver la vida,
pero como creyentes sabemos que todo depende de la voluntad de Dios.
Jesús envió a los
discípulos y les dio poderes extraordinarios para curar y expulsar los
demonios. Ellos, por sí mismos no estaban capacitados pero el Señor los hizo
poderosos como él mismo. Podemos entender estas palabras como un signo: sería
ver el poder de echar demonios como el poder de vencer al mal y de sanar todas
sus consecuencias. Pero el evangelio habla con mucha naturalidad de estas cosas
y no parece que se trate de una metáfora, el mismo Jesús les dice a los
discípulos que curen a los enfermos que haya para anunciar el reino de Dios, da
por hecho que sus enviados podrán hacer milagros lo mismo que él.
Yo pienso por eso que
tenemos que creer en las palabras de Jesús y confiar en este poder que nos ha
otorgado a todos, en el texto habla de setenta y dos discípulos porque el número
es más amplio que los doce. Yo, personalmente he decidido creer en estas
palabras al pie de la letra. Es verdad que no siempre veo que se cure a los
enfermos pero no me siento frustrado cuando no veo milagros, sin embargo rezo
constantemente por la curación de los enfermos y confío que de un modo u otro
el Señor me hará ver que su Reino está en medio de nosotros.
Lo mismo pasa con los demonios. No son sólo los males que nos rodean como la violencia o el egoísmo. Todo esto podemos expulsarlo de nosotros con el poder del nombre de Cristo. Pero Jesús habla también de entidades concretas que atormentan a la gente de diferentes maneras. En nuestro racionalismo nos cuesta aceptar este tipo de hechos sobrenaturales pero el evangelio habla de ello con frecuencia. El nombre de Jesús tiene un poder extraordinario sobre estos espíritus malignos y por eso cuando Cristo está con nosotros no tenemos nada que temer.
Los setenta y dos
discípulos se quedaron asombrados por comprobar el poder que tenía el nombre de
Jesús porque vieron someterse a los demonios y Jesús vio a Satanás caer como un
rayo. El príncipe del mal no tiene ningún poder ante el nombre de Jesús y queda
derrotado por completo. Sin duda es un motivo para alegrarse.
Pero Jesús nos dice cual
es el mayor motivo de alegría: que nuestros nombres están escritos en el cielo.
Señor
Jesús, estás haciendo grandes prodigios ante mis ojos para que no dude y no
tema porque siempre estás conmigo. Te doy gracias por tantos beneficios que me
has concedido, mucho más de lo que yo podría esperar; pero el mayor de todos es
saber que me tienes un lugar reservado junto a ti para toda la eternidad.