Jesús,
tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la
bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los
sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce
cestos. (Lc 9,16-17)
Existe en el libro del Génesis
una narración extraña en la que aparece un personaje misterioso que se llama
Melquisedec, se dice que es rey de Salén y que bendijo a Abrán con pan y vino
porque era sacerdote del Dios Altísimo. Este mismo nombre aparece también en el
salmo 109 proclamando a alguien, al Mesías, como sacerdote eterno según el rito
de Melquisedec.
Yo creo que estas son de
esas páginas de la Biblia que necesitan de todo el contexto de la escritura
para ser bien comprendidas.
El autor de la carta a los
Hebreos nos hará ver que en estos textos se estaba profetizando a Cristo el
verdadero y único sacerdote. Y también podemos descubrir en su ofrenda de pan y
vino un anuncio de la Eucaristía. Jesucristo es, pues, el sacerdote eterno de
la nueva alianza que nos da como alimento la Eucaristía, pan y vino convertidos
en su cuerpo y en su sangre, y con ella nos llega la bendición.
Pablo también nos habla en
la primera carta a los Corintios de la Eucaristía como una tradición que se
remonta a la víspera de la pasión de Cristo; lo sabemos bien porque lo hemos
celebrado el jueves Santo. Por las mismas palabras de Pablo sabemos que en la
Eucaristía proclamamos la muerte del Señor y esperamos su vuelta. Es una
actualización del sacrificio de Cristo en el Calvario y de su resurrección y
ascensión.
La celebración se
convierte también en la comida que nos une a todos como hermanos.
En el milagro de la multiplicación
de los panes encontramos también una figura de la Eucaristía: Jesús alimenta a
la multitud como sigue alimentando al mundo en la actualidad con su cuerpo y su
sangre. Por eso esta celebración nos hacer mirar a los demás como hermanos y
nos llama a sentirnos solidarios con todos. Las palabras de Jesús: Dadles vosotros de comer son una llamada
a vivir el compromiso de la fraternidad.
Jesucristo convertido en
nuestro alimento nos llena de ese amor suyo que es capaz de dar la vida por los
hermanos. Celebrar y recibir la Eucaristía se convierte en una necesidad para
los que creemos en Cristo porque con este alimento podemos vivir su mandamiento
del amor.
¡Oh
sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su
pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura!
(Antífona de vísperas)