El padre le dijo: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado"».(Lc 15,31-32)
La parábola del padre bueno
que tiene dos hijos nos descubre el amor de Dios Padre, un amor que va mucho más
allá de nuestras expectativas. Creo que podemos vernos reflejados en cada uno
de los tres personajes principales: en el hijo menor que se marcha y vuelve
porque tiene hambre y descubre el amor inmenso de su padre, en el hijo mayor
que vive como si fuera un siervo en lugar de ser un hijo y por eso no conoce
tampoco el amor de su Padre, y también en el padre que siente un amor
entrañable por sus hijos a pesar de sus defectos. Tal vez sea interesante orar
haciendo este ejercicio de reconocernos en cada uno de estos personajes.
La parábola nos anima a
buscar y experimentar la misericordia entrañable de nuestro Padre y a vivir
hacia los demás con el mismo amor que hemos recibido gratuitamente. Como se nos
proponía en el año de la misericordia: experimentar la misericordia de Dios
para ser también misericordiosos como el Padre.
Para eso hemos de ser conscientes de nuestros pecados con toda sinceridad, sin querer buscar justificaciones y sin quitarle importancia. No vale decir es que tuve que hacerlo porque tal o cual cosa, tampoco vale pensar que son pecados veniales, que no son graves. Porque si vemos las cosas de esta manera nos estamos justificando nosotros y no vamos a sentir la misericordia del Padre. Sin embargo si reconocemos nuestra culpa veremos que merecemos el castigo, la condenación y por eso buscaremos a Dios para implorar su misericordia. Entonces descubriremos un amor que supera todos nuestros pensamientos. La parábola habla de las entrañas de misericordia, de la alegría del Padre que se cuelga del cuello de este hijo perdido y lo cubre de besos.
No dejemos la oportunidad
de confesar nuestros pecados y recibir el perdón de forma sacramental. El sacramento
de la reconciliación es nuestra oportunidad concreta de vivir esta experiencia
de la misericordia de Dios.
Cuando hemos experimentado
este amor inmerecido no podemos actuar como el hermano mayor, pensando que nos merecíamos
todo porque hemos hecho las cosas bien. No puede ser esta nuestra actitud. Por eso
el tercer paso es tratar de identificarnos con el Padre. En el año de la
misericordia el lema era “misericordiosos
como el Padre". Después de experimentar la misericordia de nuestro
Padre hemos de actuar con misericordia hacia los hermanos, sabiendo perdonar,
comprender, tener paciencia y sobre todo amar.
Señor
Jesús, tú que no tenías pecado cargaste con los pecados de todos para
alcanzarnos con tu amor y tu obediencia el perdón y la salvación. Todo ha sido
pura gracia para que yo pueda sentir que soy una nueva criatura. No puedo dejar
de bendecirte y darte gracias, no puedo dejar de sentirme sobrecogido ante un
don tan grande. Lléname de este amor entrañable para que lleve esta bendición a
todos los que te necesitan.