«Os aseguro que quien
deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y
por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más casas y
hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en la edad
futura, vida eterna.» (Mc 10,29-30)
En el Evangelio leemos cómo aquel hombre
bueno que había cumplido los mandamientos se marchó muy triste cuando Jesús lo
animo a vender todos sus bienes y repartir el dinero a los pobres. Se marchó
triste porque era rico y estaba apegado a sus cosas. No le fue difícil cumplir
los mandamientos pero llegar hasta la entrega total para seguir a Jesús ya era
otra cosa. ¿Se marchó para no volver? El evangelio no nos dice nada al
respecto, pero yo me imagino que aquella mirada de Jesús llena de amor debió de
quedarse clavada en él fuertemente y tal vez pudo ir haciendo un camino con Jesús
para llegar a la donación total de su persona.
Frente a este hombre están los apóstoles que
lo han dejado todo para seguir a Jesús. Para estos Jesús promete el ciento por
uno de lo que se ha dejado y la vida eterna en la edad futura. La verdad es que
es una oferta muy interesante. Lo que pasa es que hay que descubrir este tesoro
escondido que vale más que todas las riquezas. Hay que entender que es mejor
tener riquezas en el cielo y no acumular bienes en la tierra donde no vamos a
estar eternamente.
En parte yo soy como el rico apegado a mis
cuatro cosas y en parte soy también como los apóstoles, porque yo también lo he
dejado todo. Podría decir que no es blanco ni negro ni gris lo que hay en mí
sino una gama de colores.
Yo he renunciado a mi familia, a mis raíces y
a muchas cosas de mi vida para dedicarme por entero al anuncio del evangelio.
He renunciado a formar una familia o a tener un trabajo que me procure mejores
ganancias. Estoy abierto a obedecer y a ir a donde me digan. Esto es renunciar
a las cosas materiales, sin duda. Por eso también confío en que Jesús cumplirá
en mí su promesa de darme el ciento por uno, aunque no falten persecuciones o
problemas de cualquier clase.
Pero reconozco también que tengo mucho apego
y que no acabo de desprenderme del todo, reconozco que me causa mucha tristeza
verme solo o sentirme pobre, reconozco que me gustan las cosas que tengo y que
me he querido preparar el futuro por lo que pueda pasar. No tengo mucho, pero
tengo mucho apego a lo que tengo.
El Señor me dice que me deshaga de todo y yo,
como el joven rico, no soy capaz y me siento triste de pensarlo. Pero no dejo
de seguir a Jesús y espero que él sea capaz de cambiar en mí todo esto. En él
encuentro la verdadera sabiduría.
Señor Jesucristo
tú eres la verdadera sabiduría, tus palabras son más valiosas que todas las
riquezas del mundo, tu vida y tu amor están por encima del oro y de la piedras
preciosas. Yo sé bien que tú multiplicas por cien todo lo que se pone en tus
manos. Aumenta mi fe para creer en tu evangelio, aumenta mi caridad para desprenderme
de todo lo que me ata a este mundo pasajero.