Los criados salieron
a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala
del banquete se llenó de comensales. (Mt 22,10)
La parábola del evangelio nos recuerda que
el Reino de Dios es la invitación a un banquete, a una gran fiesta, comparable
a la boda del hijo de un rey.
Ya el profeta Isaías hablaba de ese festín
de manjares suculentos. El Reino de Dios es el momento en el que ha
desaparecido para siempre el mal, el dolor y la injusticia y sólo queda lugar
para una fiesta en la que hay abundancia de manjares y las delicias son
desbordantes.
¿Quién puede rechazar una invitación de este
tipo?
Sin embargo la parábola del evangelio nos
cuenta que los invitados rechazaron la invitación porque pensaban que tenían
asuntos más importantes. Incluso hablan de la violencia de los convidados. De
nuevo Jesús recuerda el rechazo de los dirigentes judíos a los profetas.
Pero Dios va a celebrar su fiesta y este
rechazo le da la oportunidad de invitar a todos los que quieran escuchar su
llamada. El rechazo de Israel ha abierto la puerta para invitar a todos los
pueblos de la tierra. Todos tienen un lugar, los malos y los buenos.
Pero de nuevo nos sorprende Jesús con su
parábola al hablar del comensal que no llevaba traje de fiesta. A pesar de que
los invitados podían ser malos o buenos, lo importante era tener traje de
fiesta. Sabemos que Jesús no nos está diciendo que vistamos con ropa cara,
porque en otros momentos nos ha insistido en la austeridad y la pobreza. El traje
de fiesta será más bien la actitud interior, la pureza del corazón, el amor a
los hermanos y la alegría de estar con el Señor.
Finalmente nos sorprende con otra afirmación: Muchos son los llamados y pocos los escogidos. Porque la llamada es universal pero los escogidos son los que responden con todas sus consecuencias.
Yo siento varias llamadas meditando esta
parábola:
A no rechazar la invitación del Señor a su
banquete; es este banquete de la eucaristía celebrada aquí en la tierra, que es
la fiesta del amor del Señor que se entrega por nosotros y la fiesta de la
comunidad cristiana. Además habrá que poner también de nuestra parte para que
de verdad sea una fiesta y no un acto aburrido y rutinario. Pero la invitación
del Señor también es para toda la vida. Nos invita a seguirlo y escuchar su
Palabra y a vivir según el modelo que tenemos en él.
También siento la llamada a salir a los
caminos para convocar a todos a esta fiesta. Hoy tenemos a muchos que no
conocen a Jesús y tienen el derecho de conocerlo y acercarse a él para
encontrar la salvación que nos trae.
Otra llamada es el traje de fiesta: tener mi
corazón lleno de alegría porque el encuentro con Jesucristo me libera de todas
mis preocupaciones y me llena de todo lo que necesito.
Finalmente quiero contarme entre los
escogidos. Por eso no me voy a conformar con un cumplimiento mínimo sino que me
voy a esforzar por darme al máximo.
Tú
Señor me has llenado de alegría al estar siempre conmigo. Tú haces que me
sienta fuerte ante los retos que me propone la vida y me preparas para afrontar
la pobreza o la hartura. Contigo todo lo puedo y tú me confortas. Por eso el
encuentro con tu persona es una fiesta desbordante que puedo compartir con los
hermanos. Bendito seas, Señor, por haberme invitado a tu banquete.