El que come mi carne
y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo
vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. (Jn 6,56-57)
Jesucristo ha querido estar tan cerca de
nosotros que se ha convertido en pan y vino para que podamos comerlo, ha hecho
que su carne sea verdadera comida y su sangre verdadera bebida. Esto es lo que
significa la palabra comunión, estar tan unidos que él está en nosotros y vive
en nosotros.
La comunión por eso hace posible que podamos
superar nuestras dificultades para vivir la vida nueva del evangelio. Como diría
san Pablo: ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí.
Si hemos podido admirar que a lo largo de
los siglos muchos santos han hecho cosas grandes, porque han amado de verdad al
prójimo, porque han dado la vida por Cristo o porque han vivido siempre para
Dios y para los demás, todo esto ha sido posible gracias a la Eucaristía. Al recibir
este alimento celestial han estado tan unidos a Cristo que la vida de Jesús ha
actuado en ellos haciendo posible la entrega total por amor.
La comunión con el Señor nos lleva también a
la comunión con los hermanos. San Pablo dice que todos formamos un solo cuerpo
porque comemos de un mismo pan. La Caridad es una consecuencia directa de la
Eucaristía. Porque por ella estamos unidos a Jesucristo y también unidos
fuertemente a los hermanos.
También nos dice el Señor que de esta comida y bebida
nos viene la vida eterna y la resurrección final. Porque nuestra vida ya no es
una simple vida mortal sino que llega a ser la misma vida de Cristo Resucitado
en nosotros. Así nuestro deseo más profundo que es vivir para siempre también
se realiza al recibir a Jesucristo en la Eucaristía.
¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se
celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la
prenda de la gloria futura! (Antífona de vísperas)