AL anochecer de
aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las
puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el
costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. (Jn 20,
19-20)
Me ha llamado la atención la insistencia del
evangelista en las puertas cerradas. Las dos veces que ha llegado Jesús en
medio de los apóstoles estaban las puertas cerradas. Pero nos indica que les
mostró las manos y el costado, con la marcas de la pasión. Incluso invitó a
Tomás a tocar estas llagas en su cuerpo.
Nos está diciendo que Jesús no es un
fantasma que atraviesa las paredes, pero tiene un poder inmenso y se presenta
ante ellos con toda su gloria. La reacción de los discípulos es la alegría.
Las puertas cerradas me han sugerido también
otra clase de cerrazón. La respuesta de Tomás diciendo que necesita ver para
creer y el miedo a los judíos de todos los demás nos indican que habían cerrado
otras puertas, no sólo las de la casa. Pero Jesús entra y se presenta ante
ellos mostrando sus llagas, que ya no son signos de dolor y muerte sino señales
de gloria.
También yo tengo mis puertas cerradas por
miedo, por falta de fe. La verdad es que se lo pongo muy difícil al Señor. Pero
su poder es muy grande y puede presentarse en mi vida, a pesar de todos los
obstáculos que le pongo.
Una vez más, sé que lo hará, que volverá a
irrumpir con fuerza en medio de nosotros, que nos mostrará su gloria a través
de las llagas del sufrimiento y que nos tendrá que volver a reprochar nuestra
incredulidad.
Señor
mío y Dios mío: Devuélvenos la alegría de creer en ti y haznos testigos de tu
Resurrección para que llevemos esperanza a tantos que necesitan ver tu luz.