“Aquel sobre quien
veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu
Santo”. (Jn 1,33)
Dos ideas importantes me brotan de este
texto: Jesús es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Para
vencer el pecado que llena el mundo de tinieblas no se puede usar el poder o la
fuerza, porque esto sería entrar en su terreno. No se puede quitar el pecado
con más pecado, no es posible usar la manipulación o la violencia. Al mal sólo
se le puede vencer con el bien. Al pecado sólo se le puede vencer con el amor.
Así entiendo yo que Juan presente a Jesús como
a un cordero, que es manso y humilde, el verdadero cordero pascual que nos
anuncia la liberación de la esclavitud y el cumplimiento de las promesas de
Dios. Él ha vencido al pecado muriendo en la cruz y derramando su sangre por
todos. Por eso en el Apocalipsis aparece como el cordero triunfante que está de
pie aunque ha sido degollado. Él es el verdadero vencedor.
La segunda idea que encuentro en este
anuncio de Juan es que Jesús nos bautizará con Espíritu Santo.
No sólo nos limpia el pecado sino que nos ofrece el gran don del Espíritu Santo
que nos hace santos, que nos permite vivir esa vida nueva y ser discípulos del
Cordero.
Veo aquí los dos sacramentos que son el
fundamento de nuestra vida: el bautismo y la Eucaristía.
Nuestra vida en medio del mundo está marcada
también por el pecado. El pecado que destruye nuestra convivencia y nos hace
infelices y el pecado que está en cada uno de nosotros porque no somos
perfectos y también nos apartamos de Dios movidos por nuestro egoísmo. Pero Jesús
nos ofrece la liberación como un cordero. No entra en nuestra vida de forma
violenta sino que se nos ofrece con ternura y humildad.
También nos anima a seguir sus pasos y nos
llena del Espíritu Santo, el mismo Espíritu que lo ungió a él para llevar el
Evangelio a los pobres. Llenos de este Espíritu podemos nosotros llegar a ser
santos y luchar contra el poder de las tinieblas siendo pequeños y humildes
como un cordero.
¡Qué
asombroso misterio me descubres en la Eucaristía, Señor Jesús! Vienes a mí con
gran sencillez y te haces el alimento de mi vida. Tú me liberas del pecado y me
llenas de tu luz para que la Salvación, que ha llegado contigo siga extendiéndose
hasta el fin de la tierra.