Una
vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus
discípulos le dijo:
«Señor,
enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
Él
les dijo:
«Cuando
oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día
nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros
perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”».
Los discípulos han
observado al Señor retirándose con mucha frecuencia a orar. En aquellos retiros
Jesús entraba en relación con su Padre y este trato con él lo fortalecía, lo animaba
y lo consolaba; también le ayudaba a decidir el camino en esa lucha interior
entre el espíritu del mundo y la voluntad de Dios. La oración le permitía a Jesús
entrar en el mismo cielo y volver con nuevas energías. Por eso los discípulos quieren
aprender, quieren recibir también ellos la fortaleza y el consuelo y la luz que
ven en su maestro.
Con frecuencia nos enseñan
oraciones que dicen ser muy poderosas. La verdad es que la oración dirigida a
Dios tiene mucho poder, sin lugar a dudas, más de lo que nos imaginamos. Pero si
hay oraciones poderosas, yo pienso que ninguna se puede comparar con el Padre
Nuestro, que nos la ha propuesto el mismo Cristo. Y podemos ver que ciertamente
contiene todo aquello que necesitamos pedirle a Dios. Es como un resumen en
forma de oración de lo que el Señor predicaba por los caminos.
Tal vez llegamos a desanimarnos
cuando no vemos que después de orar se produce un milagro. Por eso el Señor nos
anima a orar con insistencia, a mirar a Dios como un padre que nos ama, que es
bueno y que quiere darnos lo que nos hace falta. Yo pienso que antes de orar es
necesario el convencimiento de que me estoy dirigiendo a mi Padre y sé que me
escucha con atención y desea darme todo lo mejor. Entonces también sentiré que
yo he entrado en el mismo cielo para recibir de él su fortaleza y su consuelo. Entonces
sabré aceptar su voluntad y estaré decidido a obedecer lo que me pida y llegaré
a comprobar el poder que tiene la oración.
Señor
Jesucristo, me dirijo a ti porque tú mismo me animas a buscarte cuando estoy
cansado y agobiado. Concédeme el don del Espíritu Santo para que mi fe sea
fuerte, concédeme confiar en el Padre como tú para que no decaiga mi oración y
acompáñame siempre en el camino del Evangelio para que pueda ser testigo de tu
Reino. Aleja de mí todo mal, purifícame de mis pecados y ayúdame a obedecer
siempre tus mandamientos.