Dichosos
los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis
hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque
reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os
insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del
hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será
grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
(Lc 6,20-23)
Yo creo, que siendo
sinceros, nos cuesta mucho aceptar estas palabras de Jesús. Cuando vemos a los
que tienen más, a los que son más reconocidos o disfrutan de las cosas porque
no les falta de nada, pensamos que son felices de verdad y puede que sintamos
que nosotros no lo somos. Ciertamente, Jesucristo, nos deja desconcertados con
su mensaje que lo cambia todo y dice las cosas al revés.
Por eso, las palabras del Señor
merecen ser meditadas despacio. Y es posible reflexionar sobre la vida de cada
uno y descubrir qué es lo que nos hace dichosos y qué nos hace infelices. Yo,
cuando pienso despacio en todo esto, me doy cuenta de que no ha sido el tener
cosas o el disfrutar en un momento dado lo que me ha hecho feliz. Muchas de
estas alegrías se han pasado y han dejado su espacio para un gran vacío. En cambio
hay muchas pequeñas cosas de cada día que son las que de verdad llenan mi vida.
Son las actitudes sencillas que reciben grandes recompensas. Yo creo que se
cumplen las Bienaventuranzas de Jesús.
El Señor me ha ido guiando
para que comprenda cómo no ha sido la riqueza ni el bienestar lo que me ha
traído la felicidad. Ha sido la fidelidad a su Palabra, ha sido la confianza
plena en él, muchas veces en medio de contradicciones muy grandes. Porque no
han faltado muchos momentos difíciles, muchos sufrimientos y también
incomprensiones. Pero en medio de todo esto el Señor me ha permitido descubrir
que nunca deja de estar conmigo para sacarme adelante. He podido ver que para
hacer grandes cosas basta con tener fe, porque la fe lo alcanza todo y va
despejando el camino. El Señor me ha regalado madres, padres, hermanos e hijos,
porque cuando se vive el amor que viene de él parece que te envuelve. Esta alegría
no se logra con cosas de este mundo. Es un don.
Luego viene la segunda
parte. Parece que también es un error. ¿Cómo no van a ser felices los que
tienen, los que ríen y lo pasan bien? Pero también la vida me enseña. Hay que
detenerse para ver la realidad. Gracias a los medios de comunicación vemos cómo
los que estaban en lo más alto terminan en lo más bajo. No les sirvió de nada
tenerlo todo.
La
alegría me viene de haberte conocido, Señor Jesucristo. Cuando más soy capaz de
desprenderme de todo más me puedo llenar de los bienes verdaderos, de lo que
vale de verdad. Cuanto más me doy, más recibo, cuanto más muero a mí mismo más vida tengo. Lo que parece imposible
o ridículo, contigo se vive como lo más verdadero. Gracias, Señor Jesucristo
por haber venido a buscarme y enseñarme tu camino.
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