Comieron todos y se saciaron y cogieron las
sobras: doce cestos. (Lc,9-17)
El libro del Génesis nos cuenta un extraño
episodio en el que aparece un personaje misterioso llamado Melquisedec. Lo
presenta como sacerdote del Dios Altísimo y nos dice que ofreció pan y vino y
que Abraham le dio el diezmo de todo lo que tenía.
Más adelante, un salmo anuncia al Mesías como “sacerdote eterno según el rito de Melquisedec”.
Más adelante, un salmo anuncia al Mesías como “sacerdote eterno según el rito de Melquisedec”.
Me resulta muy curioso comprobar cómo la
revelación de Dios se va llevando a cabo a través de estos escritos, que se
llenan de sentido cuando Jesucristo aparece en el mundo como salvador. En la
persona de Cristo podemos ver que se ha hecho realidad el anuncio del salmo: es
el sacerdote eterno que nos ha ofrecido pan y vino, pero mucho más, nos ha
ofrecido su propia vida en el pan y en el vino. Sabemos que ya no tenemos ante
nosotros pan y vino sino al mismo Cristo en persona.
Es una forma diferente de sacerdocio. Muy distinto
al sacerdocio tradicional que consistía en ser el que ofrecía en el altar
sacrificios de animales. Jesucristo es sacerdote eterno y ofrece su persona
como sacrificio. Este sacramento de su Cuerpo y Sangre se inauguró en la
víspera de su pasión y muerte. En sus palabras nos está indicando ya que su
muerte será la entrega por nosotros para el perdón de los pecados.
El sacerdocio de Cristo, según el rito de
Melquisedec, nos está anunciando una religión nueva, un culto diferente. Ya no
nos valen los simples rituales ni el cumplimento de normas religiosas. Nuestra
religión es la Caridad. Nuestro culto ha de ser la entrega de nuestra propia
vida por amor a los demás.
Cuando celebramos la Eucaristía estamos haciendo presente el sacrificio único y
verdadero que es el Señor que ha entregado su vida por nosotros. Es un
sacrificio muy poderoso porque en Él está puesto todo el amor y toda la
obediencia que nosotros no alcanzamos a ofrecer. Pero con Él nos estamos
ofreciendo también nosotros para obedecer a Dios que nos llama a construir su
Reino.
Cuando Jesús multiplicó los panes y dio de comer a
la multitud también nos estaba anticipando el banquete de la Eucaristía. Así
nos enseña que hemos de vivir nuestra entrega a Dios dando de comer a los
demás. Podemos reconocer que nuestra aportación es muy pequeña, pero no debe
eso ser excusa para evitar nuestro compromiso. No olvidemos que nuestra pobre
entrega la estamos poniendo en manos del Señor que puede multiplicarla y hacer
que sacie a toda la multitud.
Qué gran
honor es poder celebrar este misterio admirable, pronunciar tus palabras y
sentir tu propio cuerpo y tu propia sangre entre mis manos. Haz, Señor Jesús,
que mi sacerdocio sea también verdadero y lléname de tu gran Caridad para que
entregue día tras día mi vida por los hermanos sin reservarme nada.