A otros ha salvado; que se salve a sí mismo,
si él es el Mesías de Dios, el Elegido. (Lc 23,35)
Cuando Jesús
estaba en la cruz muchos se burlaron de él. Es curioso que reconocían que había
salvado a otros. Por eso lo estaban sometiendo a una prueba: que se salve a sí
mismo. Querían de esta manera comprobar que de verdad él era el Mesías.
Pero, en
realidad es todo lo contrario, la prueba de que Jesús es verdaderamente el
Elegido de Dios ha sido que ha salvado a otros, que toda su existencia ha sido
siempre para servir y salvar a los otros. Así se ha manifestado el amor.
Tal vez
aquellas palabras eran un eco de las tentaciones del desierto. Allí también
Satanás lo animaba a preocuparse de sí mismo en lugar de obedecer a Dios. Pero Jesús
es el Mesías, el Elegido y por eso se ha negado a sí mismo como el Siervo que
se pone en el lugar del pecador.
No hay duda
de que ha salvado a otros, a todos los otros. Entre los que han sido salvados
por Él estamos tú y yo. Con su entrega nos
ha sacado del dominio de las tinieblas. Sin él estábamos dominados por el
pecado, agobiados por la muerte y el sufrimiento. Pero ha dado la vida para que
tengamos la luz. Nos ha mostrado su Reino.
Hoy me siento salvado por ti. Cuando me
cierro en mis fracasos o en mis errores, tú me demuestras todo el bien que
puedo hacer cuando te dejo entrar en mi vida, me perdonas los pecados y me
llenas de gracia para luchar contra el mal. Me has llevado a la luz de tu Reino.
Hoy recibo una lección al contemplarte en la cruz. Tengo que negarme a mí mismo
y dar la vida para los demás. No he de temer nada porque tú vas a estar siempre conmigo.