Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos
que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas?
Os digo que les hará justicia sin tardar.
Pero, cuando venga el Hijo del hombre,
¿encontrará esta fe en la tierra? (Lc 18,8)
El Señor nos ha enseñado como es Dios. Con Él
hemos aprendido que Dios es Padre, que nos ama profundamente como a hijos y por
eso está siempre esperando que volvamos para abrazarnos y llenarnos de su amor.
También sabemos que Dios lo puede todo porque todo lo que existe es obra suya. Esta
es la razón de nuestra confianza en él. Podemos pedirle cualquier cosa que
necesitamos porque sabemos que lo puede todo y que nos ama.
Esto es lo que hemos aprendido en nuestro camino de
discípulos de Jesús. Él Es nuestro maestro y nos ha explicado con detalle cómo
no tenemos nada que temer y cómo podemos confiar en aquel que alimenta a los
pájaros del cielo y viste a las flores del campo. A nosotros nos ama mucho más
y está dispuesto a darnos mucho más. Pero luego está la vida, el día a día. En nuestro
camino cotidiano por este mundo lo que vemos muchas veces es que las cosas nos
salen mal. Seguimos el consejo de nuestro Maestro y buscamos al Padre para
suplicarle por aquello que necesitamos y, sin embargo, parece que no tenemos
respuesta.
Como discípulos de Jesús tenemos que fijarnos
siempre en su misma persona. También Jesús oró en el huerto de los olivos
pidiendo que se apartara de Él el cáliz de la amargura. Pero culminó su
obediencia entregando la vida y dándolo todo en la cruz. A pesar de todo la
carta a los Hebreos nos dice que el Señor fue escuchado en su angustia. Que fue
escuchado, no quiere decir que Dios le evitó el trago amargo de la cruz, pero
sí que lo confortó y estuvo a su lado para que pudiera llevar hasta el final la
redención de los hombres.
Así aprendemos la lección de orar siempre sin
desanimarnos. Podemos tener la sensación de que Dios no nos escucha o de que no
le importan nuestros problemas. Pero, en medio de estas dudas, hemos de
mantener viva la fe. La realidad nos puede presentar el vacío o el fracaso de
nuestra oración. La fe nos dice que Dios nos escucha y que no nos deja solos,
aunque no se cumplan nuestros deseos según nuestra forma de entender. Dios
tiene su ritmo y su forma de hacer las cosas y todo será siempre para nuestro
bien.
Ya nos había dicho Jesús también que basta con que
tengamos fe como un grano de mostaza y podremos cambiar este mundo por
completo.
Yo he ido purificando mi fe y haciendo que mi
oración sea más madura. Es verdad que muchas veces se hace duro el aparente
silencio de Dios pero también puedo descubrir cuántas cosas he recibido y cómo
ha respondido a todas mis plegarias.
Padre, Me
pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que fuere, Por ello te doy
las gracias. Estoy dispuesto a todo.
Lo acepto
todo, Con tal de que se cumpla Tu voluntad en mí Y en todas tus criaturas. No
deseo nada más, Padre.
Te
encomiendo mi alma, Te la entrego Con todo el amor de que soy capaz, Porque te
amo y necesito darme, Ponerme en tus manos sin medida, Con infinita confianza,
Porque tu eres mi Padre. (Carlos de Foucauld)