"Y vosotros, ¿quién decís que soy?". (Mc 8,29)
Esta
pregunta de Jesús me la haga constantemente y hoy me ha tocado volver sobre
ella. Estaba pensando que puedo decir muchas cosas sobre Él, conozco
bastante bien los dogmas sobre su persona y creo que también he ido adquiriendo
con el tiempo un conocimiento profundo sobre mi Señor y mi Salvador. Su Palabra
ha sido y sigue siendo para mí una forma concreta de entrar en contacto
personal con Él y de tener un diálogo de
amigos.
No es para mí un mero
personaje del pasado, es una persona viva con la que me relaciono
continuamente, no es un hombre extraordinario, es mi Dios y mi Señor a quien le
he entregado mi vida. Pero ¿Qué digo yo de Jesucristo?
De pronto la pregunta me
hace pensar que podría ser que con mi vida, con mi actitud no esté comunicando
la verdad de su misterio.
Si de verdad creo que
Jesús es mi Salvador tengo que transmitir alegría y optimismo, tengo que
saber valorarme y aceptar mis defectos con la paciencia y el amor que Él tiene
conmigo. Si soy escrupuloso, si vivo agobiado por mis culpas es que todavía no
he comprendido que Él ha venido por amor, para salvarme.
Si sé que ha resucitado y
está vivo no puedo andar preocupado por las cosas materiales, no tengo que
tener miedo a la cruz, al contrario, tengo que estar dispuesto a cargar con
ella para seguirlo.
Creo que si llego a vivir
así mi relación con el Señor, este optimismo me hará mirar a los demás como
Él los mira, me animará a desprenderme de todo para dedicarme en plenitud a
construir su Reino, me libraré de mis rencores y sabré perdonar de corazón.
Así que, después de
reflexionar sobre todas estas cosas tengo que llegar a la conclusión de que
todavía me queda un largo camino que recorrer para poder decir de verdad como
Pedro: Tú eres el Mesías.
Al conocerte y seguirte has ido transformando mi
vida. Yo no soy más que un pobre pecador y tú me has purificado con tu perdón y
has querido hacer de mí un mensajero de tu Palabra. Yo no soy más que un pobre
hombre apegado al mundo y tú has puesto en mi corazón un amor tan grande capaz
de negarse a sí mismo para dar la vida por los demás. Yo no soy más que un
pobre cobarde, lleno de dudas y tú me has dado la fuerza necesaria para llevar
la cruz detrás de ti y no aferrarme a esta vida. Así has puesto de manifiesto
que este tesoro, en vasija de barro, es obra tuya y no cosa de hombres.