El reino de los cielos se puede
comparar a un tesoro escondido en un campo. Un hombre encuentra el tesoro, y
vuelve a esconderlo allí mismo; lleno de alegría, va, vende todo lo que posee y
compra aquel campo. (Mt 13,44)
Esta es una parábola cortita que da para
pensar.
Cuando hablamos de seguir a Jesús,
normalmente se nos anima a renunciar a muchas cosas. El mismo Señor nos ha
dicho que hay que negarse a sí mismo y cargar con la cruz para seguirlo, que
quien quiera salvar su vida la perderá o que hay que posponer al padre, a la
madre y a los hijos para ser discípulos.
Cuando escuchábamos estas palabras teníamos
la sensación de que el señor nos estaba diciendo que lo pensáramos bien, porque
es muy exigente con los que quieren ser sus discípulos, como si no quisiera
tener seguidores.
Yo creo que esta parábola nos da una
explicación a la exigencia de renuncia, tan grande, que nos está proponiendo
Jesús: No se trata de renunciar para salir perdiendo, sino para salir ganando.
Hay un tesoro que tiene un gran valor: el
Reino de los Cielos, es decir, el Evangelio.
Pienso en el tesoro que significa conocer a
Jesucristo, descubrir el amor de Dios y escuchar el evangelio con todo su
mensaje de amor y perdón y con toda su exigencia de vivir una vida nueva.
Es un tesoro poder celebrar los sacramentos
y gozar de la gracia que Dios derrama para nosotros a través de ellos, sobre
todo la Eucaristía en la que recibimos al mismo Cristo: un tesoro de valor
incalculable.
Un tesoro la vida que Jesús nos propone de
amor a Dios y al prójimo con todo el compromiso de estar cerca de los pobres y
de luchar sin miedo por la justicia y la verdad.
Cuando se descubre este tesoro, que está
escondido, es cuando se está dispuesto a venderlo todo para poder lograrlo.
Señor
Jesucristo, tú eres mi tesoro escondido y por ti quiero dejarlo todo. Pero
siento que aun me falta mucho por descubrir y no dejo del todo mis apegos.
Ábreme los ojos para que descubra el tesoro escondido y no me importe venderlo
todo para conseguirlo.