Acercando a un niño,
lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como
éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino
al que me ha enviado.» (Mc 9,36-37)
Jesús anunciaba su muerte y resurrección pero
los discípulos andaban discutiendo entre ellos sobre quién era el más
importante. Una vez más se ve el contraste entre pensar como Dios y pensar como
los hombres. El Señor tenía una tarea complicada para poder hacer entender a
sus seguidores el mensaje que estaba transmitiendo, porque se trata de hacer
las cosas al revés de lo que el mundo nos ofrece. Es decir, que no hay que
buscar grandezas sino hacerse pequeños, que el esfuerzo en la vida no tiene que
buscar ser más o tener más o llegar más alto sino todo lo contrario, ser menos,
hacerse más pobres y quedarse en el último puesto. Pero ¿quién puede entender
algo así? Esto es lo que Jesús está viviendo y es lo que está enseñando. Hay que
transformar la mente por completo para alcanzar a comprenderlo y esto requiere
un trabajo constante que nos lleva toda la vida.
Por eso Jesús propone a un niño como ejemplo.
Él se siente identificado en los niños. No sólo por su inocencia (que sabemos
que también hay niños con maldad) sino porque es pequeño e insignificante. Un niño
no nos va a conseguir un puesto importante ni nos va a lograr mucho dinero. En aquella
época era todavía más claro. Así es Jesús, como un niño y así quiere que lo
acojamos en los pequeños y en los que no tienen ninguna relevancia. Acoger a un
niño es como acoger a Dios. ¿Qué significa esto?
Ya decía san Juan que el amor a Dios se
demuestra amando al hermano, pues del mismo modo, acoger a Dios se demuestra
cuando acogemos a los niños, a los pequeños e irrelevantes que no sólo no nos
van a dar nada sino que además nos pueden complicar bastante la existencia.
Así lo vivió Jesús, su vida se complicó hasta
el punto de ser condenado a la cruz y experimentar la más terrible soledad. Porque
en el mundo además de los buenos y sencillos existen también los malvados y
manipuladores y se siente molestos con el que es fiel a Dios y sigue sus
caminos. Pero no nos engañemos, la
sabiduría sólo viene de Dios de los que le son fieles. Aunque el justo se vea
sometido a la tortura y a la muerte ignominiosa no será abandonado de Dios, que
es un Padre y sólo desea lo mejor para sus hijos.
Vivimos tiempos de confusión. Se nos quiere
hacer creer que da lo mismo una cosa que otra, que todo es cuestión de lo que
cada uno vea como bueno o malo, pero eso no es así. No es lo mismo vivir el
amor que sembrar el odio, no es lo mismo darse a los demás que aprovecharse de
ellos, no es lo mismo sacrificarse por el bien de todos que dejarse llevar por
el propio egoísmo y vivir sólo para sí mismo. No es lo mismo.
Siempre habrá quien no quiera escuchar un
mensaje de paz y amor, que no quiera saber que Dios es Padre misericordioso
porque eso significa también esforzarse en vivir una vida nueva. Siempre habrá
quien persiga y calumnie al que vive de forma intachable porque pone en
evidencia el mal y la mentira.
Por eso hoy también es necesario hacerse
pequeños para entender a Jesús. Hay que acoger a los niños para conocer a Dios
más de cerca.
Siento
que mi razón y mis sentimientos están también contaminados por mi condición de
pecador. Señor yo no siento deseos de buscar humillarme, de no ser nada. Todo mi ser está corrompido y por eso
tengo que pedirte que vengas tú a renovarlo todo. Tú puedes entrar en mi vida y
hacerte dueño de mi razón y también de mis sentimientos. Es la única forma que veo
que me puede liberar de mis afectos desordenados para llenarme de toda la luz
que hay en ti. Así será posible que me sienta feliz siendo pequeño e
insignificante y que no me importe perderlo todo porque sólo tú eres mi riqueza
y mi felicidad.