Se acercaba la
Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los
vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo
un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los
cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían
palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de
mi Padre.» (Jn 2,13-16)
No me encaja la imagen de Jesús enfadado y
violento, lo reconozco. Pero es un relato que recogen los evangelistas y tiene
un mensaje claro para mí. Por eso necesito hacer el esfuerzo de meditarlo y
acogerlo.
Primero me llama la atención la frase: No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Es una
llamada fuerte a no convertir el signo, que es el templo, en lo absoluto, que
es Dios. Es decir, el templo no puede ser el centro de interés, ni siquiera el
culto, sino Dios.
También me llama la atención el signo del
que habla Jesús ante la petición de los judíos: destruid este templo y lo levantaré en tres días. Es un anuncio de su muerte y resurrección. Los
discípulos recordarán después que él lo había dicho. Al hablar así está
revelando su divinidad. Su cuerpo es el verdadero templo donde habita Dios y no
el magnífico edificio de piedra del que solo queda el muro de las
lamentaciones.
Es el signo de la cruz, que según Pablo, es
necedad y escándalo. Hace falta reconocer a Jesús como Dios para aceptar sus
palabras, porque no va a haber otro signo que nos consuele o nos permita
confiar en él.
Finalmente aparece Jesús desconfiado de la
gente. De pronto tiene muchos discípulos pero él conoce lo que hay dentro de
cada persona y sabe que cuando las cosas se pongan difíciles todos lo
abandonarán, hasta Pedro lo negará. La confianza de Jesús está puesta sólo en el
Padre que lo ha enviado y por eso estará dispuesto a llegar hasta el final. No
busca la aprobación de los hombres sino el cumplimiento de la voluntad del que
lo ha enviado.
Una vez
más, Señor, tengo que contemplarte en la cruz como respuesta a todas mis
preguntas y mis dudas. Tú me enseñas que cuanto
más se muere más vida se tiene. Es una paradoja pero yo creo en ti y en tu
Palabra.
Hoy me
siento perdido ante los desafíos de este mundo. No tengo respuesta ante los
argumentos de unos y de otros, soy débil frente a los poderosos que tienen tantos
medios para influir en la forma de pensar de la gente, soy incapaz de frenar la
violencia y el odio que se extiende con mensajes muy bien preparados. Frente a
todo esto tú me llamas a ser testigo del Evangelio y sólo puedo mirar a la
cruz. Veo a un hombre fracasado, solo y muriendo de forma injusta y sé que ahí
está la verdadera sabiduría y la verdadera fuerza porque Dios está presente en esta debilidad.