Vino Juan a vosotros
enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los
publicanos y prostitutas le creyeron
Jesús insiste continuamente en la religión
auténtica, que no consiste en observar normas y ritos sino en escuchar la
Palabra y ponerla en práctica. Por eso llega a hacer estas afirmaciones
provocadoras que pueden resultar hasta escandalosas.
Los estafadores y corruptos, como los
publicanos, y las prostitutas son un ejemplo claro de gentes que viven en
pecado. Según la lógica religiosa estarían rechazados por Dios, no son los más
idóneos para entrar en el Reino de los Cielos. El Señor, en cambio, se atreve a
proponerlos como ejemplo, no por su vida de pecado sino porque escucharon a
Juan Bautista y sintieron la llamada a la conversión.
Yo me temo que estas actitudes de señalar a
los que consideramos que están viviendo en pecado no se han terminado y me temo
que siguen teniendo muchas veces demasiado peso en nuestra mentalidad. Parece que
pensamos que Dios nos llama a ser profetas para señalar y denunciar a los que
viven en pecado, tal vez con buena intención, para que se conviertan. Pero con
esto presentamos la religión como un camino para perfectos y mostramos a Dios
como un juez que está siempre señalando y acusando.
El papa Francisco nos animó a vivir primero
el encuentro con el Señor. Esto es lo que nos cambia la vida y nos permite
revisar nuestras actitudes y nos llama a la conversión.
Jesús, que tiene la mirada misericordiosa
del Padre, al contemplar a estos pecadores no se fija en sus pecados sino en su
actitud sencilla ante la predicación de Juan. En cambio, los buenos y
religiosos no le hicieron caso porque creyeron que no tenían nada de qué
arrepentirse. Tal vez no descubrieron que su desprecio por los que consideraban
pecadores era también un pecado muy grave.
Es muy acertada la parábola de los dos
hijos. El educado y bueno que llama a su padre señor, no hizo al final lo que
el padre le había pedido. El maleducado que dio una mala respuesta se
arrepintió y fue; porque lo que cuentan no son las buenas palabras o los buenos
modales sino los hechos.
Creo que tenemos que hacer el esfuerzo de
superar una mentalidad moralista, que ve pecado en todas partes y necesita
denunciar y condenar. Vamos a buscar al Señor que nos muestra su amor y su
misericordia y quiere sanarnos de las heridas del pecado. Él nos mira con
ternura y nos hace descubrir nuestra dignidad de hijos amados. Con esta mirada
positiva, cada uno de nosotros sentirá la fuerza interior del encuentro con
Cristo que nos salva y nos sana de nuestras heridas, y nos llama a la
conversión. Yo creo que esto nos permite vivir con más confianza en Dios, en
los demás y en nosotros mismos. Así es como podemos sentir dentro de nosotros
el deseo de una vida más auténtica y alejada del pecado que nos destruye.
Abramos nuestro corazón a nuestros hermanos
en lugar de pretender ser jueces de los demás. Como nos pide san Pablo,
tengamos los sentimientos de Cristo Jesús, que son el amor, la obediencia y la
humildad. Así podremos ofrecer razones para la esperanza en una nueva humanidad.
Cuando
entro en tu presencia siento mi indignidad, me veo abrumado por mis pecados y
miserias. Pero el temor da paso a la alabanza. Tú me llenas de luz, me tomas de
la mano y me levantas para que recupere la fuerza y pueda proclamar con alegría
tu Palabra de Vida.