En
verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo
hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre». (Jn 14,12)
Reconozco que
creer de verdad es una tarea muy difícil. Creer significa no perder el ánimo
aunque todo indique que estamos perdidos. No es sólo creer en Dios sin verlo
sino confiar en su poder y en su justicia y ver cómo en el mundo avanza la
injusticia. Muchos preguntan ¿dónde está Dios? Cuando ven que el mal progresa y
nadie lo para. Y creer es confiar en que el Señor es el dueño de todo y hará
justicia sin tardar. Tengo que reconocer que yo soy también de los que
preguntan muchas veces ¿dónde está Dios? O mejor dicho, me dirijo a él y le
digo ¿dónde estás? ¿Por qué permites todo esto?
Pero al que
cree, Jesús le promete hacer obrar grandes, como las suyas. Enseguida he
pensado en los milagros. Está claro que yo no creo de verdad porque no hago
ningún milagro. No veo que se realicen ante mis ojos portentos extraordinarios.
Todo sigue igual. Yo no puedo hacer las obras de Jesús. Pero si creyera, él me
promete que las haré.
Pensando más
detenidamente, he visto que las obras grandes de Jesús son muchas más. Los milagros
son parte de esas obras pero no todo lo que él hace. Una gran obra de Jesús es
su obediencia total al Padre, hasta el final. Esto sí que me deja pensativo. Si
creo de verdad seguiré hasta el final dando la vida. Tal vez no sea un milagro
pero es un signo de que el que cree hace las obras del Señor. Contemplando a Jesús
en su amor y en su entrega veo que la obra grande que ha hecho ha sido la de
dar la vida y perdonar a sus enemigos. Así ha culminado la salvación del mundo.
Si creo en él, podré también tener un amor como el suyo y una paciencia como la
suya, seré capaz de amar de corazón a mis enemigos y perderé todo el miedo.
No estoy
solo. El Señor se ha marchado a prepararme sitio y me recibirá en su Reino
después de esta vida. Y ahora está junto al Padre intercediendo por mí.
Yo creo en ti, Señor, porque me has
mostrado constantemente tu bondad y tu misericordia. Has entrado en mi vida y
te has dejado sentir. Creo en ti, pero también me siento desconcertado porque
no alcanzo a comprender muchas cosas y no llego a ver la luz. Por eso mi fe es
débil y necesita siempre de tu ayuda. Ayuda a mi pobre fe para que no me venga
abajo ante las dificultades y pueda ser siempre testigo de la alegría de
conocerte.