El
Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas
nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A
pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a
los oprimidos; y a proclamar el año de gracia del Señor. (Lc 4,18-19)
En la sinagoga de Nazaret, Jesús recibió un
mensaje del Padre a través del texto del profeta Isaías. Era el programa de su
actividad pública. Ha venido al mundo como salvador y su mensaje no puede ser
de condena. Viene a traer la Buena Noticia, es decir a recordar el empeño que
tiene Dios por buscar y salvar al pecador, y no a acusar ni a amenazar con
castigos. No será un profeta de los que se pasan el tiempo regañando por lo mal
que se hace todo sino un mensajero de Dios que quiere animar a vivir con
alegría y confianza, que quiere mostrarnos un motivo para empezar a vivir con
ilusión la vida nueva del Evangelio.
El papa Francisco nos ha insistido en este estilo
positivo para la Iglesia de nuestro tiempo. Nos anima a mirar con ilusión todo
el trabajo que tenemos por delante y nos impulsa a llevarlo a cabo con
confianza porque Dios nos limpia de nuestras miserias.
Muchas veces queremos educar a los niños a base de
regañinas señalando constantemente todo lo que hacen mal. Con esto podemos
terminar dañando su autoestima y haciendo que se sientan malos y torpes; mejor
será que les ayudemos a superar sus fallos haciendo ver todo lo que pueden
lograr cuando se esfuerzan por hacer las cosas bien.
Creo que en la Iglesia nos pasa muchas veces lo
mismo: nos quejamos de lo mal que está todo y empezamos a regañar; porque hemos perdido los valores, porque
dejamos de lado a Dios o porque somos muy mediocres como cristianos y no damos
testimonio. Al final, con este mensaje tan negativo lo que conseguimos es
desanimarnos todos por completo y sentimos que no somos capaces de cambiar
nada.
El Señor quiere anunciar a los pobres la Buena
Noticia. Aquí no tiene sentido condenar nada y mucho menos pasar el tiempo
quejándose. Jesús ha venido al mundo para liberar, para dar la vista y traer el
perdón y la gracia. Vamos a dejarnos de lamentos y miremos al Señor con esta
oferta tan interesante que nos trae; en vez de criticar tanto lo mal que está
todo vamos a hablar de todo lo bueno que recibimos del Señor y de lo que
podemos llegar a lograr con su ayuda. ¿Será muy difícil ser positivos? Yo creo
que no; me parece, más bien, que éste es el camino para emprender el trabajo
por el Reino con ilusión y así transmitir alegría y optimismo. Tenemos un
proyecto precioso para este mundo, una meta extraordinaria que es construir la
fraternidad universal, como nos propone el papa: hacer la revolución de la
ternura, y para esto contamos con la colaboración del Señor en persona que nos
sigue liberando y sanando. ¿No es ésta una razón fuerte para la alegría? Con esta
alegría es como podremos dar ánimos a los pobres y tal vez contagiar a todos
los que desean darle un sentido profundo a su vida.
Te pido,
Señor, que tú me abras camino y me llenes de tu gracia para que me sienta
fuerte por conocer tu salvación que es el gozo para mi alma. Que la alegría que
tú comunicas con tu presencia sea la luz de la Iglesia para el mundo.