sábado, 26 de octubre de 2024

EL CIEGO BARTIMEO

 

Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.» 
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» 
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. (Mc 10,50-52) 

El ciego Bartimeo ha padecido la oscuridad, por estar ciego y también por tener que vivir de limosnas. Al saber que por allí pasa Jesús el Nazareno sabe que tiene la oportunidad de sanarse y empezar una nueva vida. Por eso no pierde la
ocasión para gritar y suplicar misericordia.
 

El ciego hace en primer lugar un acto de fe: reconoce a Jesús como el hijo de David, es decir, lo está proclamando ante todos como el Mesías, que viene a salvarnos. Verdaderamente cree que Jesús es el que puede sanarlo. El Señor Jesús es el cumplimiento de las profecías que anunciaban los días de alegría porque todos los males quedaban sanados. 

Lo habían dicho los profetas. Aunque el pueblo tenga que sufrir por causa del pecado, Dios que es misericordioso, lo salvará y lo llenará de alegría. Este anuncio se ha cumplido con la venida de Jesucristo. 

El ciego ha hecho un acto de fe en Jesús y esa fe es la que lo ha curado. El Señor proclamará ante todos que ha sido su fe: tu fe te ha curado.  

Ha terminado su ceguera en todos los sentidos, porque al haberse acercado a Cristo ha recibido también la luz del Evangelio, y se ha convertido en su discípulo. 

Tampoco hoy nos faltan tinieblas y tristezas que necesitan llenarse de luz y de alegría. Cada uno puede tener las suyas propias y nuestro mundo está todavía clamando a Dios. Pero el Señor, una vez más, cambiará nuestra suerte y volveremos cantando su alabanza. Tengamos fe y también seremos sanados. 

Señor Jesucristo, tú estás siempre con nosotros. Te encontramos vivo de muchas maneras: en la Eucaristía, en medio de la comunidad, cuando oramos... tú estás siempre ahí para que podamos suplicarte por nuestra sanación y sigues llamándonos. Quiero saltar, dejar lo que me apega a este mundo y ponerme en tu presencia para que me des tu luz. 

sábado, 19 de octubre de 2024

JESÚS NUESTRO REDENTOR

 «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.» (Mc 10,42-45) 

 Cuando nos acercamos al Evangelio es necesario que tengamos abierta nuestra mente para algo distinto de lo que vivimos en el día a día. Porque al acercarnos a Jesucristo nos estamos adentrando en el misterio de Dios y se abre para nosotros el mundo celestial. 

El pecado es la causa de todos los males y nos vemos esclavizados por él. El pecado está dando lugar al odio y a la guerra que por todas partes del mundo produce toda clase de sufrimientos entre las personas, es la causa de las desigualdades y las injusticias, de la pobreza y la miseria que obligan a la gente a salir de sus países buscando una vida mejor. El pecado está incluso dentro de cada uno de nosotros que sentimos ese dominio cuando no hacemos lo bueno que deseamos sino el mal que no queremos. 


Pero tenemos un Redentor. La Palabra de Dios nos presenta a Cristo como nuestro Salvador, porque Él ha cargado con el pecado de todos para justificarnos, es decir para hacernos justos y santos. Nosotros hemos pecado y hemos introducido el mal, pero Jesús ha venido a dar su vida en rescate por todos. 

Jesucristo ha cargado en la cruz con nuestros sufrimientos y con las consecuencias de nuestros pecados, por eso hemos sido justificados por el sacrificio de su vida. Ya no tenemos que andar con miedo a Dios, porque hemos sido salvados y Dios no es un juez severo sino un padre lleno de misericordia. Ahora toca vivir agradecidos por el don recibido y corresponder amando al prójimo y cargando con los pecados de los demás para seguir el ejemplo de nuestro Salvador. 

También nos invita la Escritura a acercarnos con fe al trono de la gracia, es decir a Jesús. De él vamos a recibir la misericordia, que es el perdón de nuestros pecados y la gracia que nos auxilia oportunamente, es decir vamos a recibir el Espíritu Santo que nos permite vivir una vida nueva. 

Señor Jesús, tú eres mi Salvador. Tú eres mi Señor. A ti acudo y te invoco cada día. Tu presencia en mi vida me permite afrontar las dificultades y vivir con esperanza. 

sábado, 31 de agosto de 2024

LA SABIDURÍA DEL EVANGELIO

 «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. (Mc 7,14) 

 

La Palabra de Dios nos invita a alcanzar sabiduría, que es mucho más que conocimiento de cosas o de erudición. Sabiduría es una riqueza interior, que la tienen incluso personas incultas pero que llegan a alcanzar esa ciencia especial que da la vida y la experiencia. 

Para los que conocemos a Jesucristo la sabiduría no es otra cosa que conocerlo cada vez más profundamente. Es penetrar en el evangelio y hacer de él la clave de la vida. 

La Sabiduría no es otra cosa que obedecer a Dios. El libro del Deuteronomio lo plantea como la causa de que las demás naciones se admiren de la sabiduría del pueblo santo. 

Me parece que, en cierto modo, hoy sigue siendo igual. Todo el mundo admira la sabiduría de las personas santas. Quien se empapa de la Palabra de Dios y se empeña en ponerla por obra aparece como alguien sabio, como una persona a la que se puede consultar sobre asuntos importantes porque puede dar un consejo o una opinión digna de tener en cuenta. 

Es posible que muchas veces se presente una imagen distorsionada de las personas religiosas como fanáticas o supersticiosas, pero la realidad es que la gente busca a las personas santas, a los que han hecho del evangelio su estilo de vida, porque en estas personas encuentran una luz y una respuesta a las grandes preguntas. 

Jesús nos propone por eso una espiritualidad, una forma de entender la religión desde dentro, no en los actos externos. Ésta es la sabiduría del cristiano. De dentro salen muchos pecados que nos hacen impuros, pero también de dentro de nosotros brota el amor, la pureza, el esfuerzo por cambiar el mundo, la caridad perfecta o la sinceridad. Los pecados nos hacen impuros, pero todo el bien que sale de dentro de nosotros nos hace santos y nos acerca más a Dios. 

¡Oh Cristo! ¡Oh Verbo! Tú eres mi Señor y mi solo y único Maestro. Habla, yo quiero escucharte y poner tu palabra en práctica. Quiero escuchar tu divina palabra, porque viene del cielo. Quiero escucharla, meditarla, ponerla en práctica, porque en tu palabra está la vida, la alegría, la paz y la felicidad. Habla, Señor, tú eres mi Señor y mi Maestro y no quiero escucharte sino a ti.  

(Antoine Chevrier) 

domingo, 18 de agosto de 2024

COMUNIÓN CON JESUCRISTO

 El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. (Jn 6,56-57) 

Jesucristo nos invita a comer su carne y a beber su sangre. Esta invitación no es por un motivo cualquiera sino porque quiere que vivamos para siempre, como él. Él mismo es el pan de la vida, con este pan, que es su propia carne, queda anulada la muerte. La carne que Jesús nos da para la vida del mundo.

También nos habla de la vida eterna y de la resurrección en el último día. Se podría decir que una cosa es la vida eterna y otra la resurrección final. Ciertamente, Jesucristo no nos ha hablado sólo de almas inmortales sino también de cuerpos resucitados y su resurrección es el anuncio de la resurrección de los muertos al final del tiempo. Para esto hay que comer su carne y beber su sangre. 

Comer su carne y beber su sangre significa también estar en comunión con Él mismo. Por eso al acercarnos a recibir el pan consagrado lo llamamos comunión. Jesús lo dice con estas palabras: habita en mí y yo en él, el que me come vivirá por mí. La comunión es por lo tanto esa unión tan profunda que ya nuestra existencia está totalmente unida a la suya. De este modo, lo que parece inalcanzable para nosotros por nuestra condición humana, llega a ser posible porque es la vida misma de Cristo la que mueve nuestro ser. 

Para dar a comer su carne, Jesús se ha hecho buen pan. Toda su vida ha sido un sacrificio y ha culminado en la cruz, con la entrega total. Darse a comer es el culmen de este sacrificio. 

La obediencia, la oración, el amor a los demás han sido la forma como se ha ido formando este buen pan que nos da la vida. 

Comer la carne de Jesús es también un compromiso de hacernos buen pan nosotros también para que nuestra existencia sea un sacrificio de amor a Dios y al prójimo. 

Señor Jesucristo, te contemplo y te adoro en el pan Eucarístico. Me siento fortalecido al comer tu carne y siento una gran admiración que me sobrecoge al sentir que mi vida es tu vida, que ya vivo por ti. Alabado seas, Señor, bendito por siempre tú que estás tan cerca de mí que llegas a confundirte conmigo. Concédeme también llegar a ser buen pan con mi oración y mi entrega generosa a los demás. 

sábado, 10 de agosto de 2024

EL PAN QUIE BAJA DEL CIELO

 Éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. (Jn 6,50) 

El Padre nos ha atraído hacia su Hijo, por eso podemos escuchar y meditar sus Palabras de vida. Jesús ha bajado del cielo, aunque no de forma física. Ciertamente, él estaba junto a Dios y se encarnó en el seno de la Virgen. Estaba en el cielo y vino a la tierra a ser uno más entre nosotros. Es Dios y hombre a la vez. 

Él es el que ha bajado del cielo y se ha querido hacer pan para que vivamos para siempre. Es el alimento que nos permite hacer el camino de la vida que es superior a nuestras fuerzas humanas. 

Es el alimento que nos consuela porque nos permite no venirnos abajo ante los problemas y las dificultades. Es verdad que muchas veces nos sentidos derrotados y pensamos que nada tiene sentido. Pero Dios nos envía un ángel que nos levanta y nos anima a seguir caminando. Para hacerlo posible nos da a Cristo mismo como pan que repara nuestras fuerzas espirituales y también físicas. 

Dios nos pide cosas imposibles:  perdonar siempre, amar a los enemigos, desprendernos de todo, hacernos siervos, tener fe... Dios nos pide lo que no podemos lograr con las fuerzas humanas; pero él mismo nos da la Eucaristía, un alimento celestial, Jesucristo mismo hecho pan, que nos permite hacer realidad lo que nos está pidiendo. 

Para poder celebrar la Eucaristía necesitamos a los sacerdotes. Es verdad que somos hombres llenos de debilidades y defectos. Es también el misterio de la Encarnación. A través de un hombre como cualquier otro, Cristo se hace presente y se ofrece como alimento. 

Esos hombres débiles y pecadores nos traen el alimento del cielo para reponer nuestras fuerzas y vivir el Evangelio. 

Señor Jesucristo, ¡cómo admiro tu amor por nosotros! ¡Cómo siento la fuerza de tu pasión como una entrega de amor total! ¡cómo me llena de esperanza tu santa Resurrección porque la Vida triunfa sobre la muerte y el Amor es más fuerte que el mal! ¡cómo es tan deliciosa la Eucaristía, el manjar del cielo que nos une a ti para siempre y nos permite seguirte y cargar con la cruz de cada día! Gracias Señor.